Orígenes de una postal porteña
La avenida 9 de Julio, el Obelisco y el Teatro Colón llevan más de 80 años unidos en el corazón de la ciudad.
Por Marcos Urdapilleta
Fotos: Archivo General de la Nación
#ElColónYLaCiudad

Cualquiera que camine por la 9 de Julio y se encuentre ante el edificio del Teatro Colón, probablemente se detenga a admirar los detalles de la fachada, la convivencia de esa arquitectura ecléctica con el paisaje urbano de la avenida.
Sin embargo, esa es la cara trasera del edificio, la que da al este, al río: por allí acceden los artistas y el personal del Teatro. Es sobre la calle Libertad que se encuentra la entrada principal, por donde el público ingresa a las ubicaciones más privilegiadas de la sala.
Cuando se proyectó este segundo emplazamiento del Teatro, la decisión fue construirlo frente a la Plaza Lavalle, uno de los sitios centrales de la ciudad donde entonces se encontraba la cabecera del Ferrocarril Oeste (la primera línea ferroviaria argentina).

Una multitud en la inauguración del primer tramo de la 9 de julio, entre B.Mitre y Tucumán.
Desde allí se podía apreciar toda la magnificencia de esta maravilla de la arquitectura inaugurada el 25 de mayo de 1908. El 12 de octubre de 1937, la apertura del primer tramo de la ampliación de la avenida 9 de Julio brindó una nueva perspectiva que descubrió en su plenitud una cara hasta ese momento casi invisible. Desde entonces, el Teatro forma parte, junto con el Obelisco y la tradicional avenida, de una postal del corazón porteño.
Obras para la avenida Norte-Sur
El pasaje del siglo XIX al XX fue el momento de crecimiento urbano y modernización de Buenos Aires. Originariamente pensado como “avenida Norte-Sur”, el proyecto de ampliación de la actual 9 de Julio nació en 1912 con la Ley 8.855, que declaraba la utilidad pública del trazado de avenidas en la ciudad y funcionaba como instrumento legal para llevar a cabo las expropiaciones y demoliciones que estas requirieran.
El pasaje del siglo XIX al XX fue el momento de crecimiento urbano y modernización de Buenos Aires. Originariamente pensado como “avenida Norte-Sur”, el proyecto de ampliación de la actual 9 de Julio nació en 1912 con la Ley 8.855, que declaraba la utilidad pública del trazado de avenidas en la ciudad y funcionaba como instrumento legal para llevar a cabo las expropiaciones y demoliciones que estas requirieran.

Obras de ampliación de la avenida 9 de Julio en los años 30. En el fondo, el Teatro Colón.
El intendente porteño, Joaquín de Anchorena, planeaba inaugurar el primer tramo de tres kilómetros de largo por 33 metros de ancho en 1916, para el centenario de la independencia nacional. Pero tuvieron que pasar 25 años para que la avenida pudiera abrirse paso por Buenos Aires.
La historia de su construcción –como la de la mayoría de los proyectos de urbanización de este período– es errática, dilatada, compleja y percibida por los habitantes de la ciudad como un episodio traumático.

De día y de noche: trabajos de demolición para ampliar la 9 de julio.
En una de sus aguafuertes porteñas, Roberto Arlt ofrece una descripción enajenada que sintetiza un clima de época: “A lo largo de las aceras, hileras de camiones de acero. (…) Cargan escombros y muebles. Netamente. Paisaje de evacuación. (…) Nubes de arena como en el desierto africano, en el centro de Buenos Aires. Demoliciones en la calle Cangallo. En Carlos Pellegrini. En Sarmiento. Edificios despanzurrados. (…) Martilleo opaco de picos en el ladrillo. Sordo en el cemento. Metálico en las vigas. Apagado en los tabiques. Acuático en las palas. Cinco calidades de martilleo y los papanatas deleitándose en la demolición”.

Para terminar de imaginar el cuadro debemos recordar las diversas construcciones, por lo general accidentadas, que se realizaban en simultáneo: el ensanchamiento de la avenida Corrientes (1931-1936), la construcción del Obelisco (1936), la construcción de la línea B del subterráneo (inaugurado en 1930, el tramo final hasta Alem se completó en 1931), la línea C (inaugurada en 1934, se completó en 1936) y la D (iniciada en 1937).
Hacia 1940 se habían trazado las principales avenidas y redes de subterráneos de la ciudad, se habían construido las joyas arquitectónicas que hoy la distinguen y hacen reconocible en todo el mundo, como el Obelisco, el Palacio del Congreso, la Casa Rosada y, sin duda, el Teatro Colón.

¿Y qué había entonces en aquella urbe convulsionada en los alrededores del Colón, en el lugar que ocuparía la avenida? En 1938, un documento de la Municipalidad de Buenos Aires lo describía así: “Siete manzanas. 12.138 propiedades. De un piso, de dos pisos, de tres, de otros muchos, algunas que fueron lujosas y que a duras penas se mantienen en pie, otras nacidas ya humildes, esperan resignadamente la acción de la piqueta”.
Para aquel entonces, el primer coliseo creaba su propia Escuela de Ópera (actual ISA). Era un ente municipal desde 1931 y contaba con el prestigio y reconocimiento de la sociedad, que lo consideraba uno de los notables centros líricos del mundo.
Ancha y cambiante
El proyecto que convirtió la 9 de Julio en la avenida más ancha del mundo fue mérito del ingeniero Carlos Della Paolera, secretario de Planificación Urbana. Su propuesta, elegida entre varias que planteaban trazados subterráneos o elevaciones, contemplaba una avenida parque que funcionara como un pulmón verde para la ciudad. Así, se plantaron ceibos, jacarandás, 1.000 cerezos donados por Japón y se trasladó un palo borracho de 14 toneladas desde el Hospital Rivadavia hasta Cerrito y Tucumán, frente al Teatro Colón. De ese modo, se llegó a los 140 metros que la avenida tiene de ancho.

A lo largo del tiempo y hasta nuestros días, se produjeron diversas modificaciones que alteraron el trazado de la avenida y sus alrededores: durante los años 40 se expandió hasta la avenida Belgrano; a mediados de los 70, hasta las avenidas Caseros, al sur, y Santa Fe, al norte; en 1996 llegó hasta Retiro; en 2005 se eliminó un carril de cada mano para ubicar un bulevar central, entre las avenidas Belgrano y Córdoba; y, finalmente, en 2013 se quitaron los bulevares arbolados y se reestructuraron los carriles para la construcción de las vías exclusivas para el transporte público del Metrobus, con sus respectivas paradas.
Mientras todo esto ocurría a cielo abierto, el lazo del Teatro Colón con la 9 de Julio también se afianzaría bajo el asfalto. Desde los años 30, y en sucesivas obras, el primer coliseo argentino iría ampliando su superficie en las entrañas de la ancha avenida, con el emplazamiento de talleres, depósitos y otros espacios que constituyen una verdadera ciudad del arte subterránea dentro de la Ciudad. Pero esa es otra historia.
Artículo publicado originalmente en la edición 137 de la Revista Teatro Colón.
#HistoriasDelTeatroColón
Antonio Gallelli lleva una vida trabajando en la realización escenográfica del Teatro Colón.
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En un rincón de Buenos Aires, la pasión por la música y la tradición de un oficio resisten el paso de los años.