El alemán que hizo reír a París

Jacques Offenbach compuso la música de la ópera Los cuentos de Hoffmann y créo un centenar de piezas escénicas. El mundo de la música celebró en 2019 el bicentenario de su natalicio.

Por Pablo A. Lucioni

#Ópera

 

En 2016 se fundó en Colonia, Alemania, la Sociedad Jacques Offenbach, con el fin de preparar los festejos del bicentenario bajo el lema “Yes, we cancan”. Hay en eso un juego de palabras con el inglés, sobre el abusado “sí, podemos” que se empleó en lo que va de este siglo para distintas causas en varias partes del mundo, y es clara la referencia a esos 62 compases que componen el Galop Infernal de la ópera cómica Orfeo en los Infiernos. Esa pegadiza melodía que con el nombre de Cancán ha trascendido fronteras y que, con o sin alto revoleo de piernas femeninas incluido, recuerda fácilmente buena parte de la gente, sin ser melómana ni tener noción de quién fue su autor.

El alemán que hizo reír a París

Por supuesto que Offenbach no fue, ni es, solo eso. Creó cerca de 100 obras para escena, la mayoría del tan francés formato opéra-comique en un acto, pero él mismo impulsó el concepto de opereta en varios actos, dándole mayor vuelo al género. Su creación más ambiciosa, inconclusa, fue la ópera Los cuentos de Hoffmann que, incorporada al gran repertorio, se sigue representando frecuentemente en todo el mundo.

Si bien por elección fue un cosmopolita parisino, Colonia reclama haber sido su patria de origen, donde el 20 de junio de 1819 nació como séptimo de diez hijos, bajo el nombre de Jakob Eberst Offenbach. Su padre Isaac Juda, aparte de cantor en la sinagoga y encuadernador, era profesor de música. El talento melódico del pequeño Jakob era llamativo y comenzó estudiando violín, para dedicar-se luego al chelo, aparentemente con el fin de conformar un trío con dos de sus hermanos.

Al tratarse el siglo XIX de una época de antisemitismo cada vez más manifiesto, y por el potencial que se veía en él, su padre lo llevó a París, una ciudad considerada menos hostil para los judíos. En 1833 Jakob ingresó al prestigioso Conservatorio de la ciudad a pesar de ser extranjero, ya que su padre había logrado que lo escuchara su director, el mismísimo Luigi Cherubini. Hay referencias de que el joven de 15 años, que pronto adoptaría el nombre afrancesado de Jacques, era indisciplinado y no muy adaptado al estudio formal. Es así que ni siquiera comenzó el segundo ciclo lectivo en el Conservatorio, pero eso no lo privaría de poder vivir en la Ville Lumière como instrumentista.

El alemán que hizo reír a París

Luego se mantuvo trabajando como chelista de la orquesta de la Opéra-Comique, siguió estudiando de forma particular con Louis Norblin y, en especial, aprendió composición con Jacques Fromental Halévy, el autor de La Juive y tantas otras obras. Todo indicaba que estaba llamado a ser un gran violonchelista, por lo que en 1838 abandonó su puesto en la orquesta para iniciar una carrera solista, formando un dúo con Friedrich von Flotow al piano.

En los años siguientes se presentó junto a grandes músicos como Anton Rubinstein o Franz Liszt. En 1844 emprendió una gira a Londres, donde dio conciertos junto a Mendelssohn y Joachim. Fue en ese mismo año cuando, como otros grandes compositores, se terminó convirtiendo al catolicismo, condición necesaria para poder casarse con Herminie de Alcain Senez, de origen franco-español.

En 1848, debido a las inestabilidades políticas en París, decidió regresar a Colonia con su esposa e hijos. No habiendo logrado conseguir una posición que le asegurara un estándar de vida, ya al año siguiente terminó volviendo a la capital francesa, donde la atmósfera de la Segunda República y luego el Segundo Imperio sería el contexto ideal para que su carrera alcanzara mayor vuelo.

El alemán que hizo reír a París

El progreso lento que tuvo la aceptación de sus creaciones escénicas en la década de 1840 fue dando lugar a la definición de un estilo concreto y un formato atractivo que empezó a convocar a un público creciente.

Su propuesta cómica, en algún sentido liviana pero que en muchos casos incluía parodias de personajes relevantes de su época, paralelismos en la escenificación y, a veces, directa sátira o mordacidad en el comentario de eventos políticos o culturales recientes, fue muy efectiva y elogiada, aunque también le generó opositores.

En 1855 fundó el Théâtre des Bouffes-Parisiens, compañía que sigue existiendo y que funcionaba en el actual Théâtre Marigny. El éxito que tuvieron muchas de sus obras del período, como Orphée aux enfers (1858), La Belle Hélène (1864), La Vie parisienne (1866), La Grande-Duchesse de Gérolstein (1867) y La Périchole (1868) lo consolidó como un respetable compositor y empresario. Rossini llegó a decir en esa época que “Offenbach era el Mozart de Champs Élysées”.

La música de Offenbach empezó por entonces a conocerse en toda Europa, llegando hasta Brasil, China y Japón. De su pasado como amenizador de salones de la aristocracia parisina, tenía no pocos contactos en los círculos de poder. A pesar de haber sido parodiado en sus obras escénicas, el emperador Napoleón III le otorgó en 1860 la ciudadanía francesa y, al año siguiente, el título de Chevalier de la Légion d’honneur. Además de su gran creatividad a la hora de seleccionar temáticas y su oficio en lo que hace a la estructuración de las obras, supo valerse de grandes libretistas que aportaron los textos de prácticamente todos sus éxitos: Hector Crémieux, Henri Meilhac y Ludovic Halévy, estos dos últimos célebres creadores del libreto de Carmen.

El alemán que hizo reír a París

La excelente relación que tuvo con el Emperador no le jugaría a favor cuando la ruleta política de Francia cambiara y se iniciara la Guerra Franco-Prusiana en 1870. Se lo llegó a acusar de ser espía de Bismarck y debió refugiarse en el norte de España con su familia, mientras que los prusianos también renegaban de él por su total afrancesamiento. Algo más de un año después, y con la caída del Imperio, volvió a Francia, pero su momento de gloria había pasado, por quedar asociado al viejo régimen.

El último capítulo de su vida incluyó un importante esfuerzo para completar su ópera seria basada en cuentos y referencias de la vida del polifacético E.T. A. Hoffmann. Cada vez más afectado por la gota y por su histórica propensión a los problemas de salud, no llegó a cumplir el deseo de verla estrenada. Apenas cinco meses después, con arreglos y orquestación terminados por Ernest Guiraud y su hijo Auguste, subió a escena su tan anhelada Les contes d’Hoffmann en la Opéra-Comique.

Esta mezcla singular de judío alemán arrebatado, excéntrico, generoso, hipocondríaco, soñador y caprichoso, tan intensamente parisino, sintetizó en una frase su paso por este mundo: “Las personas del público deben reír, pero no sobre cosas sin importancia, sino sobre los asuntos relevantes que dominan sus vidas”.

Artículo publicado originalmente en la edición 138 de la Revista Teatro Colón.

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