Más allá del olvido

Fotos anónimas tomadas durante la construcción del Teatro Colón vuelven a la luz tras 120 años de peripecias.

Por Leticia Pogoriles

#HistoriasDelTeatroColón

 

En noviembre de 2012, en la Plaza Lavalle, una exposición de fotografías históricas del Teatro Colón daba cuenta del registro arquitectónico de la colosal construcción y su relación con el entorno urbano. Las fotos eran de maestros del paisaje porteño de los siglos XIX y XX como Benito Panunzi, H.G. Olds y Gastón Bourquin.

Entre aquellas imágenes había tres copias anónimas que nunca antes se habían mostrado. Eran postales de cuando la edificación del primer coliseo se paralizó por varios años antes de su inauguración en 1908. Fuera por su condición de rara avis de la fotografía antigua o por su verdadero valor, las versiones impresas de esas imágenes fueron robadas.

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¿De dónde provenían esas copias? ¿Dónde estaban los negativos originales? Y en especial, ¿qué historia contaban? El derrotero para localizar los negativos fue esquivo. Había una toma de aquella exposición en el área de Documentación del Teatro. Al pie de la imagen, se leía el nombre del dueño de la colección: Julio César Giancarelli. Marchand viajero, museólogo y coleccionista de objetos y libros de fotografía, Giancarelli es un hombre con un pie siempre en el exterior que se unió al mundo de la compra y venta de arte por unas deudas que le pagaron con obras europeas.

Ubicarlo no fue fácil. Pero al encontrarlo, con generosidad se dispuso a mostrar parte de su colección. “Conozco estas fotos desde los años noventa, pero las adquirí en 2005”, cuenta Giancarelli, que apenas tuvo en sus manos los negativos de vidrio se los llevó al hombre que más sabe de fotografía antigua en la Argentina, el investigador y académico de número Luis Priamo, custodio infranqueable de la memoria fotográfica del país y quien obtuvo la venia y los derechos para publicar las imágenes en aquella muestra de 2012.

Del vidrio al papel

“Las fotos tienen 120 años”, apunta Priamo, mientras toma un mate en su estudio de Boedo con una gata acurrucada entre los pies. Priamo no necesita googlear nada para brindar información. Su memoria es una red de interconexiones envidiable. Tira un dato y enseguida sus ojos se posan en su vasta biblioteca, en el libro exacto que confirma su certeza. Eminencia en la materia, es autor de más de una veintena de libros de investigación fotográfica antigua y sobre patrimonio, muchos de ellos publicados por la Fundación Antorchas.

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Priamo había curado aquella muestra de 2012. “Son alrededor de una docena de fotografías del exterior y el interior que cuentan la historia de la construcción del Teatro Colón cuando estuvo paralizada durante seis años, alrededor de 1895”, cuenta. De esa docena, solo tres están digitalizadas y una de ellas se publicó en 2015 en el libro Buenos Aires. Memoria antigua, 1850-1900, compilado por el mismo Priamo y editado por Fundación Ceppa.

Según el investigador, en esta serie también hay fotos tomadas desde el techo. “Se ve una cochera, carruajes, las inmediaciones del Colón, fotos de interés menor, incluso de personas que podrían ser familiares de quien las sacó. Las más interesantes son las que muestran el teatro con los accesos tapiados, un índice inequívoco de obra en suspenso. Son fotos infrecuentes, típicas de aficionados, no es un trabajo profesional”, detalla.

Además de las imágenes digitalizadas, hay una mayoría que permanece en su estado original de negativo impreso en vidrio. “Son fotografías estereoscópicas, se necesita un visor para poder apreciarlas”, ilustra Priamo y agrega que esta técnica es “de la época del daguerrotipo. Una cámara que saca con dos objetivos y lo que hace es imprimir dos imágenes. El negativo se coloca en un visor que junta las imágenes del mismo modo que cuando miramos y hacemos foco en un punto. Se ve tridimensional”.

Las cámaras estereoscópicas comenzó a comercializarlas Sir David Brewster en 1851 y la mayor producción estaba radicada en Nueva York, Berlín y Londres. En Argentina fueron populares hasta los años treinta. “Generalmente las utilizaban fotógrafos aficionados, las llevaban de viaje o para las vacaciones. También es una tecnología que se empleaba mucho en las escuelas para exposiciones”, dice Priamo.

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El negativo de vidrio muestra el acceso tapiado al Teatro Colón en obra. @Leticia Pogoriles.

La hipótesis más fuerte sobre el origen de estas imágenes sin autor que Revista Teatro Colón reproduce en exclusiva es que pertenecieron al estudio del arquitecto italiano Víctor Meano, a cargo por esos años de la obra del edificio. “Giancarelli tiene, además, una serie más numerosa que pertenece a la construcción del Congreso de la Nación”, otra obra a cargo del estudio de Meano en los albores del 1900.

“No tenemos confirmación pero parecería lógico que documentaran la situación de la obra paralizada y la construcción en marcha del Congreso, que no fue simultánea, sino que empezó a construirse en el siglo XX”, explica Priamo y redondea: “El hecho de que las dos colecciones las haya comprado juntas nos hace pensar que son fotos del estudio del arquitecto”.

Un poco de historia

Una vez aprobado el proyecto y ganada la licitación de la obra para construir el nuevo Teatro Colón, el empresario Ángel Ferrari recibió el terreno de la antigua Estación del Parque y, en 1889, comenzó la excavación para cimientos y el acopio de materiales. Meses después, se colocó la piedra fundacional en el predio delimitado por las calles Libertad, Tucumán, Cerrito y Viamonte. Debido a la crisis financiera de 1890, el contratista solicitó al Poder Ejecutivo una prórroga para la finalización de las obras. Durante ese año y el siguiente se levantó la mampostería, se hicieron pisos, techos y tiranterías de varios niveles de palcos.

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Ferrari decidió vender de forma anticipada 46 palcos para costear los gastos de construcción. Fue entonces cuando muere el arquitecto Francesco Tamburini y es reemplazado por el joven italiano Víctor Meano, que modificó los planos originales. En diciembre de 1891, el nuevo diseño es aprobado y continuaron las obras de demolición y construcción de cimientos más profundos. Reformas, atrasos y problemas financieros de la empresa constructora hicieron que cinco años más tarde el contrato pasara del ámbito nacional a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.

“Para 1895, la obra se paralizó por falta de plata y se retomó en 1902. Durante este período fueron tomadas estas fotos”, refuerza Priamo. Pero llegaría otro giro inesperado en la construcción del Teatro. El 1 de junio de 1904, Meano fue asesinado en su casa de Rodríguez Peña 30. Las crónicas policiales de la época hablan de un crimen pasional, de un triángulo amoroso que terminó fatalmente. Según esos rescates periodísticos, a Meano lo mató el presunto amante de su esposa Luisa. El asesino condenado, Carlos Passera, un ex empleado de la familia, le disparó al arquitecto cuando este lo encontró en su propia casa, vestido con su ropa.

Priamo añade una alternativa. “Hay versiones de un asesinato por razones económicas ya que Meano estaba utilizando ciertos materiales, mientras que los contratistas querían que usara otros, como los mármoles. Es una versión”, aclara. Muerto Meano, con las obras muy avanzadas, el edificio ya techado y con ladrillos a la vista, el ingeniero y arquitecto Jules Dorman tomó el relevo de la dirección de la obra hasta 1908, cuando se inauguró el Teatro.

Arqueología de tres siglos

La historia de estas imágenes es fragmentaria. Desde que las tomaron, el hiato temporal llega hasta los años noventa. Giancarelli cuenta que conoció a un francés “con mucho dinero”, dueño de una estancia en algún lugar de la provincia de Buenos Aires que de ser “tierra firme pasó a ser inundable”. De pronto, se encontró remando y descolgando obras de arte “en un living de 23 metros cuadrados”.

“El francés se contactó conmigo para que comercialice determinadas cosas y entramos en confianza. Cuando me dio estos negativos con el visor, yo me enamoré y él me dijo: ‘dejalas aparte y cuando llegue el momento de la venta, vemos’”, recuerda el marchand.

Finalmente, Giancarelli vendió la colección de impresionistas europeos, muchas armas antiguas y, como parte del dinero de la comisión, se quedó con las fotos. Luego, se las llevó a Priamo para su análisis.

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Luis Priamo y Julio César Giancarelli. @Leticia Pogoriles.

El destino de este patrimonio infrecuente de la historia fotográfica porteña aún es incierto. “Yo quisiera que quede en manos de alguien que pueda preservarlo”, anhela el coleccionista. Priamo, más escéptico, dice que en el mercado actual “no hay demanda de estos materiales en negativo, sino de copias originales, vintage, y mejor si están firmadas por el autor”.

Lo cierto es que las fotos copiadas en papel para aquella muestra de 2012 fueron robadas a la segunda semana de exposición. “Eso marca un interés”, indica el investigador, quien considera que los negativos originales debería adquirirlos “algún repositorio público para la consulta de los ciudadanos”.

Mientras tanto, esta colección de imágenes permanece inalterable y propone un viaje en el tiempo para entender la arqueología de una obra única en el mundo.

Olds y el Colón como telón de fondo

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El fotógrafo estadounidense H.G. Olds retrató entre 1900 y 1943 personas y costumbres de la sociedad argentina, rural y urbana.

En esa historia fotografiada, que se puede ver en un libro dedicado a su obra con selección de Luis Priamo y editado por Ediciones de la Antorcha en 2011, hay dos retratos que tomó Harry Grant Olds (Ohio, 1868-Buenos Aires, 1943) vinculados al Teatro Colón y los avatares de esos días de reciente apertura. En uno se ve a un manisero con su pequeño horno a cuestas, que posa erguido en 1910 con el Colón como telón de fondo.

En ese mismo año, el norteamericano fotografió a un alfarero con su caballo frente al Teatro, mientras unos caballeros enfundados en sus trajes observan el momento de la toma.

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“Una de las características más notables de las fotos de Olds es la abundancia de motivos populares: vendedores ambulantes, mercados callejeros, deportes de barrio, la quema de basura, conventillos, siempre tratados con ojo certero e inteligente. Desde el punto de vista del valor patrimonial, el legado de H.G. Olds es ideal: estéticamente bello y documentalmente variado y rico”, pondera Priamo.

Artículo publicado originalmente en la edición 135 de la Revista Teatro Colón.

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