Erwin Schrott

Cantó su primera ópera a los ocho años. Fue La Bohème y supo que jamás haría otra cosa. Tuvo, eso sí, vaivenes. Paseó por las calles de su Montevideo natal los dotes de zapatero y vendedor, hasta que llegó el debut -a los 22 años, interpretando a Roucher en Andrea Chénier- en la capital uruguaya. Luego vinieron la invitación para actuar en el Teatro Municipal de Santiago de Chile, la beca para estudiar en Italia y, en 1998 obtuvo el primer premio en el concurso Operalia Plácido Domingo.
Desde entonces se ha presentado en los mayores teatros líricos del mundo, donde es reconocido y aclamado al punto de ser considerado un especialista en papeles mozartianos como Don Giovanni, Leporello o protagonizando Las bodas de Fígaro. Otros roles en su repertorio incluyen Dulcamara en El elixir de amor (el año pasado lo interpretó con el Teatro Solís, de Montevideo, con la puesta de Sergio Renán y producción del Colón), el protagónico de Attila, Banquo en Macbeth, Escamillo en Carmen y Mefistófeles en Fausto. Figura en el selecto grupo de los cantantes líricos que trascienden el universo en que se destacan: además de dos discos con sus arias, ha grabado un disco de tango.
Pese a todo, se conserva cerebral. Asume que el éxito debe respetar los tiempos y que hay que saber negarse a un papel si no se está preparado. Y cuida de su instrumento con celo: uno de sus lemas es que la cabeza debe guiar a la voz.
Esta es su cuarta presentación -primer protagónico- en el Teatro Colón, donde llega con su Don Giovanni, al que paseó por la Scala de Milán, el Metropolitan Opera de Nueva York y las salas más importantes del mundo.