Amor infinito
La coreografía de Kenneth McMillan de Romeo y Julieta es una de las más vigentes entre las innumerables versiones que motivó el clásico de Shakespeare.
Por Laura Falcoff
#Ballet
Romeo y Julieta es una de las más populares tragedias shakespearianas, representada, como bien se sabe, infinitas veces en innumerables escenarios. Y es, por otra parte, el origen y la sustancia de óperas, piezas sinfónicas y films. No en menor medida, es también la fuente de ballets, producidos en un número asombroso a lo largo de los tres últimos siglos.

Iñaki Urlezaga y Lauren Cuthbertson. Teatro Colón 2018. @Máximo Parpagnoli
Coreógrafos de los más variados estilos y lenguajes se inspiraron en la historia de los célebres amantes, desde aquellos que se enfocaron en las posibilidades más espectaculares del relato bajo la forma de grandes producciones hasta los que eligieron perspectivas intimistas, simbólicas o incluso distanciadas; ciertamente, la mayoría de estas obras, dado el carácter efímero de la danza y de su dificultad para ser transmitida, no ha sobrevivido. Sin embargo, la enciclopedia Larousse de la Danza (edición 2008) ha logrado documentar más de 80 versiones: la más antigua data de 1785 y pertenece al coreógrafo italiano Eusebio Luzzi; la más reciente –hasta el momento– fue creada en 2013 por el coreógrafo Mats Ek para el Ballet Real de Suecia.

Kenneth McMillan
Es otra manera de decir que no existe un modelo único de Romeo y Julieta como obra de danza del que se hayan desprendido diferentes versiones; en este sentido es lo opuesto a El lago de los cisnes, el ballet de Marius Petipa y Piotr Ilich Tchaikovsky estrenado en 1895. De este Lago original se derivaron absolutamente todas las formas posteriores, incluso las más contemporáneas y audaces.
Por el contrario, los Romeo y Julieta de la historia de la danza son, cada uno de ellos, una manera estrictamente personal de abordar sin palabras la historia de los jóvenes enamorados de Verona.
En una enumeración bastante escueta podría citarse al Romeo y Julieta del gran coreógrafo inglés Antony Tudor, que concentró en un único acto, dividido en un prólogo y cuatro escenas, todas las complicadas vicisitudes de la trama. O el de Maurice Béjart, que se presentó en 1967 en el Festival de Avignon con un mensaje pacifista muy al tono de la época: la trama se ubicaba en una clase de danza que derivaba en una suerte de guerra civil y las metralletas (ficticias por supuesto) dejaban el escenario sembrado de cadáveres. Luego los bailarines se ponían de pie y se dirigían al público con una de las consignas hippies por excelencia: “Hagamos el amor y no la guerra”.

Juan Pablo Ledo y Macarena Giménez. Teatro Colón 2018. @Máximo Parpagnoli.
Nuestro compatriota Oscar Araiz creó su despojada versión en 1970 y asignó el rol de Julieta a tres intérpretes diferentes; las tres Julietas conviven en ciertas escenas encarnando otras tantas manifestaciones de su evolución amorosa. El coreógrafo contemporáneo francés Angelin Preljocaj se inspiró en George Orwell e imaginó a Verona como una ciudad atemporal en un paisaje posnuclear; en ese marco el amor desafía a un régimen dictatorial, con perros amenazantes (de carne y hueso). La obra es de 1990.
Una versión aún más singular había sido mostrada en 1926 en Montecarlo por los Ballets Rusos; su empresario Serguei Diaghilev encargó la escenografía y el vestuario a los pintores Joan Miró y Max Ernst (esta colaboración provocó una intensa reacción por parte de André Breton y de otros reconocidos surrealistas, que acusaron a sus compañeros de haber entregado su arte a un empresario capitalista). La coreografía había sido creada por Bronislava Nijinska junto con un muy joven George Balanchine y ubicaba la historia en un ensayo precisamente de Romeo y Julieta. Pero sobre el final, después de su muerte supuesta, los enamorados resucitaban y huían en una avioneta de utilería vestidos con ropa de cuero y antiparras.

Romeo y Julieta, Ballet Estable del Teatro Colón 2018. @Máximo Parpagnoli.
Finalmente es preciso citar el Romeo y Julieta de Leónidas Lavrovsky (Leningrado, 1940) porque su partitura, compuesta por Sergei Prokofiev, es quizás la que el público mayormente identifica con la obra en un sentido general, más allá de las distintas versiones. Un dato curioso es que Prokofiev y su colaborador en el libreto Sergei Radlov –el tercer libretista fue Lavrovsky– habían pensado reemplazar el desenlace trágico por un final feliz, haciendo que Romeo llegara un minuto antes que en la obra de Shakespeare y encontrara viva a Julieta. Este disparate luego fue rectificado, pero Prokofiev lo explicó más tarde: “Las razones que nos llevaron a semejante barbarismo fueron puramente coreográficas. La gente viva está en condiciones de bailar pero los muertos no pueden hacerlo tendidos en el suelo”.
El coreógrafo británico Kenneth McMillan utiliza precisamente la partitura de Prokofiev. Es una versión muy vigente, la que más ha perdurado desde su estreno en 1965, y forma parte del repertorio de grandes compañías de ballet hasta el día de hoy. MacMillan la había creado sobre dos grandes bailarines del Ballet Real de Londres: Lynn Seymour y Christopher Gable. Pero en esa época la pareja portentosamente estelar del mundo del ballet estaba constituida por Margot Fonteyn y Rudolf Nureyev.

Rudolf Nureyev y Margot Fonteyn, Royal Opera House, 1965.
El Ballet de Londres decidió entonces que fueran ellos quienes asumieran los roles principales en la función de estreno, que alcanzó un verdadero récord por un motivo singular: Fonteyn y Nureyev debieron salir a saludar 43 veces al terminar la velada, hasta que la dirección del Covent Garden resolvió bajar el telón metálico de seguridad para persuadir así al público de que abandonara la sala.
Muchos comentaristas han señalado que MacMillan sigue con mucha fidelidad las alternativas de la tragedia y que ha trasladado minuciosamente al vocabulario de la danza el drama original de Shakespeare. Esta afirmación es cierta en la medida en que la obra elude toda connotación simbólica, en que el vestuario y la escenografía se atienen a las características de la época original y el libreto sigue las alternativas contenidas en el texto del poema a lo largo de tres actos y doce escenas: la pelea entre Montescos y Capuletos en la plaza del mercado de Verona, la presentación a Julieta del joven Paris; el baile donde los futuros amantes se encontrarán por primera vez; la escena del balcón, el casamiento secreto, las muertes de Mercucio, amigo de Romeo, y de Teobaldo, primo de Julieta, en la plaza de Verona; la noche de amor, la capilla, la muerte aparente de Julieta y la culminación de la tragedia en la cripta de los Capuleto. Nada ha quedado afuera, ningún personaje ha sido descuidado por el coreógrafo: padre y madre de Romeo y Julieta, Teobaldo y Mercucio, Paris, la nodriza, Fray Lorenzo y el duque de Verona, quien ha prometido grandes castigos si no termina la enemistad entre Montescos y Capuletos.

Maximiliano Iglesisas y Emilia Peredo. Teatro Colón 2018. @Máximo Parpagnoli.
Pero ciertamente, aunque todos estos elementos estén presentes, no es posible trasladar a la danza el poema en sí mismo. Cuando Shakespeare, por ejemplo, hace decir a Julieta: “¡Extiende tu velo tupido, noche protectora del amor!”, no existe un movimiento de danza que pueda reflejar esta bella imagen. El Romeo y Julieta shakespeariano es el argumento, sin duda, pero también es su texto. Sin embargo, la danza puede revelar otras cosas, diferentes, que no es posible decir con palabras, y seguramente esta sea la causa de la atracción que Romeo y Julieta ha ejercido sobre coreógrafos de todos los tiempos.
El Teatro Colón recibió muchas versiones diferentes de Romeo y Julieta a partir de 1951, pero la coreografía de MacMillan llegó por primera vez en 1990 con las interpretaciones en los papeles protagónicos de Alessandra Ferri –la extraordinaria bailarina italiana–.y Julio Bocca. Se repuso en 1992, esta vez con cuatro Julietas que se distribuyeron en las seis únicas funciones: la española Trinidad Sevillano, Eleonora Cassano, Silvia Bazilis –una de las grandes artistas del Ballet del Colón– y nuevamente Alessandra Ferri. Julio Bocca y Maximiliano Guerra se alternaron en el papel de Romeo. Se dio dos veces más en los años siguientes, en los que Karina Olmedo y Adriana Alventosa, primeras bailarinas del Colón, interpretaron a Julieta.
Extracto del artículo publicado originalmente en la edición 134 de la Revista Teatro Colón.
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