Bufo, pero no tanto
Don Pasquale, la ópera de Gaetano Donizetti presentada en 2019 en una nueva producción del Teatro Colón, es una bisagra entre dos épocas del género lírico.
Por Ernesto Castagnino
#Ópera
La relación musical entre Francia e Italia siempre fue una combinación variable de amor y hostilidad. A mediados del siglo XVIII, los círculos cortesanos en París encontraron entretenimiento en el debate planteado entre los partidarios de la ópera italiana (la opera buffa por excelencia) y la ópera francesa (con la tragédie lyrique como su forma predilecta): la famosa “Querella de los bufones”.

Gaetano Donizetti
A partir de entonces, el Théâtre Italien (más tarde fusionado con la Opéra Comique) se convertiría en la sede de compañías italianas que representaban óperas cómicas de Pergolesi, Cimarosa o Rossini, mientras que la Académie Royale de Musique (actualmente Ópera de París) representaba óperas en lengua y estilo francés, resguardando el Ars Gallica de la infiltración extranjerizante.
“Si no puedes vencerlos, únete a ellos” fue lo que muchos compositores italianos, de paso o radicados en París, debieron pensar, buscando el modo de que se les abrieran las puertas de la Académie Royale. Así fue como Piccinni, Salieri, Cherubini y Spontini compusieron exitosas tragédies en musique, género que precedió a la grand opéra de mediados del siglo XIX. Los tres grandes operistas italianos del primo ottocento lograron triunfar en la Ville lumière: Gioachino Rossini estrenó allí sus últimas cuatro óperas; también el último esfuerzo de Vincenzo Bellini, I puritani, vio la luz en el Théâtre Italien en 1835, el mismo año que Gaetano Donizetti hizo su debut francés, en esa misma sala, con Marino Faliero.

Malatesta (Darío Solari) y Don Pasquale (Nicola Ulivieri) en la versión 2019. @Máximo Parpagnoli.
A partir de ese año, Donizetti volvió periódicamente, tanto al Théâtre Italien –con revisiones de Lucia di Lammermoor, Lucrezia Borgia y Linda de Chamounix y los estrenos de La fille du régiment y Don Pasquale– como a la Ópera de París, con Les martyrs, La favorite y Dom Sébastien. Por lo tanto, cuando recibió en 1843 el encargo de una nueva ópera para el Théâtre Italien, el compositor nacido Bérgamo ya había conquistado al difícil y exigente público francés.
Difícilmente alguien hubiera imaginado que una opera buffa, ese género otrora vilipendiado en aquel país y ya prácticamente en desuso, sería el formato de su nueva ópera y uno de sus más grandes éxitos.
Retorno al buffo
Aquel género típicamente italiano, nacido en el sur de Italia con la fuerte impronta de la Commedia dell’arte, alcanzó su cenit en el siglo XVIII y, tras los aportes rossinianos en las primeras décadas del ochocientos, había comenzado su retirada, ante el avance de la opera semiseria y el melodramma.

Malatesta y Norina (Jacquelina Livieri). @Máximo Parpagnoli.
El libreto de Giovanni Ruffini no es completamente original sino la reelaboración de una obra anterior, Ser Marc’Antonio, ópera de Stefano Pavesi estrenada en 1810. Con algunas pequeñas diferencias, en ambas se narra la trama de un anciano con aspiraciones de matrimonio, que es aleccionado por los jóvenes de la familia, inventándole una esposa que se presenta inicialmente como compendio de virtudes y recato, para convertirse, una vez firmada el acta de matrimonio, en una endemoniada caprichosa de la que el anciano querrá liberarse.
En el final se revela el engaño y, tras el perdón, todos confirman que el amor es prerrogativa de los jóvenes.
En comparación con sus antecesoras en el género, Don Pasquale provoca, más que una risa franca, una sonrisa compasiva. Y, a diferencia de sus parientes cercanos –Don Bartolo en Il barbiere di Siviglia o Don Magnifico en La Cenerentola–, el personaje de Don Pasquale inspira cierta empatía.
Si los “tutores” de la ópera bufa tradicional raptaban, encerraban y mortificaban a sus pupilas, sufriendo una merecida burla como pago a su crueldad, en esta ópera la broma parece ir demasiado lejos y nos hace compadecernos más que reír. La escena de la bofetada de Norina al anciano, y el subsiguiente parlando sobre una sola nota en el cual nuestro protagonista se dice a sí mismo que todo ha terminado para él (“È finita, Don Pasquale”), supone un giro dramático inusual en este formato.

Malatesta (Darío Solari), Don Pasquale (Nicola Ulivieri) y Norina (Jacquelina Livieri). @Máximo Parpagnoli.
Con Donizetti, la comedia bufa da paso a una comedia sentimental, en la que un fondo melancólico deja, junto a la risa, un cierto sabor agridulce.
El de Don Pasquale se nos presenta, así, como un personaje de transición, más cercano incluso al John Falstaff verdiano o al Baron Ochs de El caballero de la rosa de Richard Strauss que al Uberto de La serva padrona de Pergolesi.
Al respecto, Fabio Sparvoli, director escénico de la producción 2019, precisa: “La modernidad de Don Pasquale es evidente. Nadie se resigna a la vejez, es como Dorian Gray que busca desesperadamente adecuarse al mundo pero que en esta ópera –queda bien claro en la escena de la bofetada– termina con la toma de conciencia del protagonista y su vuelta a la realidad”.
Las novedades de esta obra no se limitan al tratamiento de los personajes o de ciertas situaciones dramáticas, sino que se avanza también sobre la ruptura del número cerrado en favor de una continuidad musical. Donizetti prescinde del recitativo acompañado por el clave y adopta un estilo arioso que difumina los límites entre recitativo y aria, generando un efecto de continuidad que le da a esta comedia ese ritmo vertiginoso.

Ernesto (Santiago Ballerini) y Norina en Don Pasquale 2019. @Máximo Parpagnoli.
“Esta ópera es un poco como Così fan tutte de Mozart, es decir, ‘un día de locura’ –comenta Fabio Sparvoli–; todo sucede en el arco de 48 horas y es una montaña rusa de hechos, situaciones que se suceden con un ritmo frenético. La escenografía que hemos ideado con Enrique Bordolini subrayará este frenesí”.
“Todo sucede muy rápido en Don Pasquale”, coincide Bordolini. A partir de esta idea rectora, crearon con Sparvoli un dispositivo que permite una cantidad de movimientos con un pequeño disco que gira de ambos lados. Con este mecanismo, “todos los ambientes están a la vista y cada uno puede pasar a primer plano, según la acción lo requiera. Es como una casita de muñecas que se abre, se cierra, da vueltas. Los distintos ambientes van a estar siempre presentes, aunque a veces queden ocultos”, explica el escenógrafo.
Un artesano de la melodía
A pesar de la búsqueda de continuidad hay, sin embargo, en esta ópera dos arias tradicionales: la cavatina “So anch’io la virtù mágica” de Norina y el aria de Ernesto “Cercherò lontana terra”, que comienza con un melancólico solo de trompeta. También hay una serenata cantada por el tenor en el acto tercero, con acompañamiento de guitarras y pandereta, con la que el compositor intentó dar algo de color regional, imitando los característicos ritornelli de Roma, ciudad en la que transcurre la acción.

Ernesto (Santiago Ballerini) y Norina en Don Pasquale 2019. @Máximo Parpagnoli.
Verdadero artesano de la melodía, la inventiva melódica donizettiana alcanza en estas páginas uno de sus puntos más altos, transitando por toda la paleta de colores: de lo humorístico a lo sentimental, de lo casi dramático a lo elegíaco. Con inteligencia y gran sentido de la oportunidad coquetea, incluso, con el gusto francés por la danza, en el uso extensivo que hace, en esta partitura, del tempo de vals.
¿Despedida del género buffo en la ópera? Inexacto. ¿Homenaje a una tradición que ya se encontraba en retirada? Posiblemente. Lo cierto es que la comicidad en la ópera, a partir del último tramo del siglo XIX, adquirió otras formas y abrevó de otras fuentes. Entonces llegarán Falstaff, Gianni Schicchi y Sir Morosus para recordarnos que el espíritu de Don Pasquale continúa vivo.

Saludo final de Don Pasquale 2019. @Arnaldo Colombaroli.
Don Pasquale en el Teatro Colón
El estreno de Don Pasquale ocurrió el 3 de enero de 1843 en el Théâtre Italien de París, con un público entusiasta que obligó a repetir varios números, sellando el destino exitoso de la ópera. Apenas ocho años después, el 16 de mayo de 1851, llegó a suelo argentino, siendo programada por primera vez en el actual Teatro Colón en la temporada de 1910.
A partir de entonces, nunca faltó por demasiado tiempo en nuestro teatro lírico. Por su escenario pasaron los inigualables Salvatore Baccaloni, Fernando Corena, Geraint Evans y Renato Cesari en la piel de Don Pasquale, atormentados por las Norinas de Lucrezia Bori dirigida nada menos que por Arturo Toscanini en 1912), María Barrientos, Isabel Marengo y, en tiempos más recientes, Paula Almerares. Inolvidables Ernestos han sido Tito Schipa, Luigi Alva, Raúl Giménez y Gregory Kunde, en tanto que el astuto Malatesta –primo hermano del Figaro mozartiano y rossiniano– cobró vida en las estupendas voces de Giuseppe De Luca, Sesto Bruscantini y el querido Ricardo Yost, quien en 1998 saltó al rol protagónico.
Mirá las fotos de la producción 1997 en homenaje al bicentenario del nacimiento de Donizetti
En 1997, Don Pasquale contó con la dirección musical de Enrique Ricci al frente de la Orquesta Estable, la dirección de escena de Filippo Crivelli y Escenografía y Vestuario de Graciela Galán. El Coro Estable fue dirigido por Jorge Carciófolo.
Los roles principales estuvieron a cargo de Paula Almerares, Gregory Kunde, Marc Barrard y Francois Loup.
Fotos: Máximo Parpagnoli y Miguel Micciche.
Artículo publicado originalmente en 2019 en la edición 139 de la Revista Teatro Colón.
#Ópera
Cartas en tiempos de La Traviata
La correspondencia de Giuseppe Verdi para la época de gestación de la ópera que corona su trilogía central revela la personalidad del genial autor en un punto de inflexión consagratorio en su carrera.
#Ópera
“La historia de Dumas no deja de ser actual”
El tenor Saimir Pirgu habla de Alfredo, un papel que lo ha hecho famoso, y de la vigencia de La Traviata, antes de subir a escena en Buenos Aires.