“Cantar en los grandes teatros representa siempre un punto de llegada y un punto de partida”
Entrevista con José Cura antes de asumir el protagónico de Andrea Chénier de Umberto Giordano en el cierre de la temporada 2017.
Por Vanina Lion Hansen
#Opera
Justo un día antes de comenzar el otoño en Madrid, el tenor, director y régisseur José Cura accede a brindar vía correo electrónico un anticipo de su regreso al Colón. Esta vez será como cantante liso y llano, en reemplazo de su amigo Marcelo Álvarez para el rol titular de Andrea Chénier, la ópera de Umberto Giordano con la que el Colón cerrará su temporada lírica 2017.

El rosarino José Cura es tenor, compositor y régisseur. @Zoe Cura.
¿Cómo alterna su trabajo como tenor con el de director y compositor? ¿Cómo siente que estos mundos internos se complementan?
Todos los “mundos” del hombre se complementan. O deberían. De hecho, lo que somos es la suma, y la summa de las experiencias vividas. Aunque te especialices en una o unas “ramas” del arte, cuanto más conoces todo el “árbol”, mejor.
¿Cómo varía su preparación cuando, además de dirigir, canta, y cómo cuando se pone a la orden de un régisseur?
Ser dirigido es como bailar. Si tu pareja es buena, te dejas llevar y gozas del momento. Pero si te pisa los callos, tienes dos soluciones: dejar de bailar o tomar las riendas… Siempre voy preparado para dar lo mejor de mí en un momento determinado. No sólo es mi obligación como profesional, sino mi credo en la vida. Otra cosa es que las circunstancias te permitan explotar todo tu potencial. Cuando dirijo, obviamente, me aseguro de que eso sea posible tanto para mí como para todos, desde los maquinistas hasta el coreuta que se sienta en la última fila. Pero cuando me dirige otro, el “todo” escapa a mi control.

Cura como Chénier en la ópera de Giordano. Teatro Colón 2017.
Ópera transitada
En diversas entrevistas planteó que su condición para aceptar roles era la seriedad y la honestidad de la propuesta. ¿Qué nos puede contar de esta puesta?
Debuté en Andrea Chénier en 1992 en Prato, Toscana, en versión de concierto. Luego lo canté en 1995 en el Queen Eli- zabeth Hall de Londres. Desde entonces, lo he cantado en Viena, Zúrich, Estocolmo, Bolonia (producción que está en DVD), etc. En fin, veinticinco años de Andrea…
Sinceramente, aunque no es una de mis óperas favoritas, debo decir que la conozco bastante a fondo como para poder opinar con autoridad sobre su música y su libreto, o sobre su estética. Sin embargo, no voy a entrar en ese tema en este caso ya que se me convocó in extremis por problemas que desconozco con mi amigo y colega Marcelo Álvarez. Quiero decir con esto que, cuando aceptas saltar al vacío por afecto a quien que te lo pide, en este caso el Colón, no tienes tiempo antes de andar preguntando por el color de tu paracaídas…

Cura con María Pía Piscitelli (Maddalena) en Andrea Chénier.
El ejemplo es retórico pues no tengo ni idea de cómo será la puesta, pero vale para que se entienda que, diversamente de lo que es habitual en mí, esta vez no he puesto el hecho artístico en la ecuación, sino considerado de dónde venía el llamado. Tanto es así que, como el 5 de diciembre es mi cumpleaños, suelo dejar días libres antes y después para estar en familia; de otro modo hubiera sido imposible combinar fechas.
En muy raras ocasiones he festejado mi cumpleaños fuera de casa. Una en Viena, justamente en ocasión de un Chénier hace más de diez años (¡Imaginen el “Feliz cumpleaños” tocado por los Wiener!), y otra en Lieja, cuando mis cincuenta años coincidieron con la última función de mi producción de Cavalleria y Pagliacci. En Bélgica, la alegría fue incluso mayor que en Viena, pues trajeron a mi madre, mi mujer y mis hijos por sorpresa, y apagué velitas en el escenario a telón abierto y con toda la sala cantando. Momentos inolvidables.
El Teatro Colón, siempre
¿Qué significa para usted presentarse nuevamente en el Teatro Colón?
Cantar en los grandes teatros representa siempre un punto de llegada –si estás allí es por algo– y un punto de partida: tienes que probar que ese algo sigue vigente. Ahora bien, cuando subes al escenario de teatros que te ven cada año, el público te conoce y te acompaña en tu evolución temporal. En otras palabras, público y artista envejecen juntos, gozando de los pro y los contra de ese hecho. Esto explica el fenómeno de muchos artistas que siguen en la brecha aún ancianos: por un lado, es un gran dolor retirarse y, por el otro, el público no quiere que lo hagan aunque ya no sean lo que eran, pues lo que sí son y serán hasta el final es compañeros de vida, en cierto sentido, y la separación les duele a ambos.

La dirección de escena de Chénier en 2017 estuvo a cargo de Matías Cambiasso.
Cuando cantas en un teatro que te ve cada tanto, en cambio, el recuerdo de “cómo eras” prima siempre sobre el “cómo eres” y la reacción es palpable. Es un poco como cuando no ves a un pariente por años y luego hay una fiesta familiar y dices “¡Qué viejo estás!”. Incluso si se dice sin maldad, la cosa afecta a ambas partes.
Recuerdo cuando hice Otello en 2013, que un periodista de las páginas sociales escribió “Cura está más viejo y gordo que hace unos años”. Independientemente de la dudosa “clase” del comentario (quisiera ver cómo envejecerá él), la observación es lógica, pues habían pasado muchos años desde mi última vez en Buenos Aires y uno ya va por los cincuenta y cuatro pirulos pasados, que no son ochenta, pero tampoco treinta y cinco…
A todo lo dicho, se suma el fuerte impacto emocional que es presentarse para los tuyos. Nada es más emotivamente hermoso a la vez que peligroso, pues hasta en las mejores familias se cuecen habas y a veces ese tío viejo al que tanto querías es el que te da un disgusto trapero inesperado.

Cura y Fabián Veloz en los ensayos de Otello en la Temporada 2013.
Se reencontraron en 2017 en Andrea Chénier.
También volver le da posibilidad de reencontrarse con amigos.
Claro, regresar al Colón también representa reencuentros hermosos. No sólo por volver a ver a la familia del Teatro, con la cual me llevo muy bien –aparte de algún que otro pariente difícil, como ya he dicho–, sino por volver a compartir escenario con Fabián Veloz, mi querido gordo, y el genial Sergio Spina, por nombrar dos colegas.
Otra emoción especial para mí, aunque no estaremos en escena a la vez, es compartir rol con Gustavo López Manzitti. Gustavo fue fundamental en mi historia personal, pues, cuando ambos éramos niños en esto, allá por el ‘86 u ‘87, fue quien me ayudó a reencontrarme con el canto lírico después de haber decidido tirar la toalla, decepcionado como estaba por no dar con el maestro justo. Fue Gustavo quien durante meses, media hora antes de los ensayos del viejo Coro del Instituto Superior de Arte, me ayudó a vocalizar. Y fue también Gustavo quien me presentó a Horacio Amauri, el maestro que necesitaba en aquellos años de desorientación técnica. Hace añares que no veo a don López, y no puedo esperar para darle un abrazo: ¡Amauri sonríe desde el cielo!
Extracto del artículo publicado originalmente en la edición 130 de la Revista Teatro Colón.
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