Con la música en la sangre
Entrevista con el director canadiense Julian Kuerti antes del estreno en 2017 de la ópera Rusalka en el Teatro Colón.
Por Carlos Singer
#Ópera
“¡Antes de saber hablar, ya escuchaba música! – Julian Kuerti rompe el hielo de esta manera, expansiva y sincera–. Mis dos padres eran músicos profesionales (mi padre, concertista de piano, y mi madre, violonchelista) y algunos de mis recuerdos más antiguos son los de quedarme dormido en mi habitación mientras abajo mis padres ensayaban música de cámara en el salón de nuestra casa.

Cuando fui creciendo, comencé a estudiar violín y poco después también pude formar parte de las reuniones musicales de la familia. Pronto me convertí en un aventajado instrumentista, pero siempre supe que mi destino no sería como violinista. A pesar de eso, algunos de mis recuerdos musicales más fuertes durante la niñez están profundamente conectados con el violín: tocar cuartetos de Beethoven bien tarde por la noche en la campiña durante el verano”.
Nació en el seno de una familia musical, pero tiene un título universitario en ciencias. ¿Cuál fue el motivo?
Del lado paterno de mi familia eran todos científicos. Mi abuelo fue un importante físico que dejó Austria en 1938 para comenzar una nueva vida en los Estados Unidos. Cuando era joven, a mi padre y a mí nos encantaban todo tipo de juegos y acertijos matemáticos, a la vez que solíamos jugar ajedrez y leer sobre recientes descubrimientos en la revista Scientific American, a la que estábamos suscriptos en nuestro hogar. Cuando estuve listo para entrar a la Universidad, decidí afrontar un fuerte desafío personal inscribiéndome en el curso más difícil que ofrecía la Universidad de Toronto, Ingeniería científica. Sabía que el mundo musical continuaría siendo parte esencial de mi vida, pero trataba de buscar algo más. ¡Y mientras, seguía tocando el violín en un nivel incluso más alto que el de muchos estudiantes de música de esa Universidad!
¿En qué consiste esa disciplina?
Ingeniería científica es una mezcla de los cursos de la Ingeniería práctica con la más alta formación en Física teórica ofrecida por los departamentos de Física de la Universidad. Yo decidí especializarme en óptica cuántica y seguí esos estudios hasta obtener mi licenciatura con honores. Pero la música tuvo increíble importancia durante este período. Fui concertino de la Orquesta de la Universidad y gané un concurso para interpretar el Concierto de Mendelssohn como solista con esa orquesta. Al mismo tiempo, muchas veces me encontraba estudiando partituras de las sinfonías de Beethoven en lugar de preparar mis exámenes de física.

¿Cuándo y por qué decidió dedicarse a la dirección orquestal?
Siempre supe que la música era mi destino, pero también sabía que no quería ser violinista. Amo el violín, amo tocar el violín, pero mi curiosidad se extendía a la totalidad de la música, y quería involucrarme con la obra completa. Me encantaba tocar como integrante de un cuarteto de cuerdas y ensayar para encontrar lo mejor de cada una de las voces individuales; más adelante mi interés se centró en la música orquestal y en la ópera. Cuantas más partituras estudiaba, más interesado me sentía en considerar la orquesta como un ser animado, un organismo viviente que debía ser entrenado, alimentado y conducido.
Como director, aprovecho toda mi musicalidad, mis conocimientos musicales y de la historia del arte, pero también mi perspicaz sentido analítico y mi deseo de interpretar y de crear. Persisto en este hermoso camino y estoy sumamente agradecido de poder llevar adelante este tipo de vida.
¿Cómo surgió el ofrecimiento para dirigir Rusalka?
El año pasado debuté al frente de la Orquesta Estable del Teatro Colón en un concierto exclusivamente sinfónico. Al instante se generó una excelente química entre la orquesta y yo, por lo que supe que se había creado entre nosotros una gran relación artística. Inmediatamente fui invitado a regresar para dirigir Rusalka y estoy muy entusiasmado de poder trabajar de nuevo con esa gran orquesta y en ese magnífico teatro.

Supongo que es su primer contacto con esta ópera. ¿Qué opina acerca del argumento y de la música?
Efectivamente, será la primera vez que dirija Rusalka. Es una de las últimas obras de Dvořák, escrita después de su regreso de América. Para mí, la música evoca mucho a Wagner: la orquestación opulenta, el empleo de extrañas y distantes armonías, incluso el hecho de que la ópera se inicia con tres ninfas acuáticas (¡las doncellas del Rin!) y el empleo que hace Dvořák de los Leitmotiven todo el tiempo. Sin embargo, hay siempre un carácter distintivo del autor que subyace constantemente, por momentos nostálgico, agridulce, y en otros, muy vívido y alegre. La partitura es maravillosamente rica. La famosa Canción a la luna es el aria más conocida de la ópera, pero adoro en un plano de igualdad la apasionada segunda aria del Príncipe con la que concluye su dúo con la Princesa; es música extremadamente emocional y poderosa, el mejor Dvořák. La música de baile en palacio durante el Segundo Acto es tan excitante como una de las Danzas Eslavas y el Tercer Acto es un torbellino de emoción.
¿En cuanto al argumento?
Es engañosamente simple y la obra en su totalidad parece más bien una alegoría o una parábola, algo de ella se nos presenta como onírico o irreal. Estrenada después del comienzo del siglo XX; en un nivel es, desde luego, un simple cuento de hadas, pero al mismo tiempo los sencillos arquetipos de mujer, hombre, agua, demonio, amor y magia se combinan con la estupenda partitura para crear una obra de arte muy influenciada por los escritos de Sigmund Freud y Hans Christian Andersen.

Medio siglo atrás, Rusalka era casi una exclusividad de los artistas checos. Hoy en día ha ganado popularidad y se presenta en muchos países con repartos internacionales, como en el caso de lo que se verá aquí. ¿Qué piensa sobre este cambio?
Pienso que la ópera checa en general fue subestimada por largo tiempo. Seguramente, el idioma presentaba un problema, aunque uno puede aducir lo mismo con respecto al ruso. Por otra parte, durante el siglo XIX Bohemia fue vista, cultural y políticamente, como algo provincial para la élite vienesa; quizás la cultura (arte, música, literatura) se haya difundido hacia el exterior más fácilmente desde la capital que desde territorios más lejanos.
Además, Dvořák fue reconocido como uno de los grandes compositores de su tiempo, pero aun así predominaban las opiniones que consideraban sus creaciones operísticas algo inferiores o no tan serias como su música para la sala de concierto. Ahora hay una gran oleada de popularidad de Rusalka y entiendo que esto es muy merecido; la partitura es magnífica, la escritura vocal es de primera categoría y el sentimiento de drama y ritmo es excelente. Quizás haya algo también en el tema que repercute más en las audiencias modernas.
¿O será acaso que el argumento permite muy diferentes interpretaciones?
Cualesquiera sean las razones, la ópera de Dvořák está en camino de convertirse en una obra de repertorio para muchas compañías alrededor del mundo, y yo estoy sumamente emocionado de dirigir la primera interpretación de este título en el Teatro Colón.
Extracto del artículo publicado originalmente en la edición 130 de la Revista Teatro Colón.
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