El lugar donde empieza el futuro

El Instituto Superior de Arte del Teatro Colón (ISATC) celebra 60 años de vida en 2020. Hoy, más de mil alumnos continúan estudiando de manera virtual, tanto en sus carreras regulares como en los cursos de extensión. Esta nota realizada en 2018 cuenta las historias de siete estudiantes en la cuna de la formación artística de excelencia.

Por Leticia Pogoriles

Fotos: Marilina Calós

#HistoriasDelTeatroColón

 

Vivir en tres ciudades por semana, durante cuatro años. Sentir una adrenalina indescriptible al subirse a un escenario. Entrenar por la mañana, estudiar por la tarde y volver a entrenar hasta la noche. Renunciar a casi todo para llegar al tono perfecto. Viajar tres horas por día en tren con un violín carísimo apretado al cuerpo para que no se arruine o simplemente vivir con la presión de llegar a la perfección interpretativa pero, sobre todo, física. Todas estas son sensaciones reales de estudiantes del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón (ISATC) que se preparan por años para crear e interpretar –desde la ópera, la música, la danza y el canto– puro arte y sentidos. Son jóvenes con sueños y aspiraciones que buscan potenciar su talento a fuerza de sacrificio, con el placer y la sed de conocimiento como motor.

El lugar donde empieza el futuro

Son las 7 de la tarde en el edificio del Instituto que funciona en el corazón de calle Corrientes bajo la dirección de Marcelo Birman. Es de noche y la sala de conciertos en el segundo piso tiene una atmósfera performática. Ellos son siete alumnos y alumnas –de los casi 400 del ISATC– que esperan para hablar. Sentados, estiran las piernas, entonan una nota o posan ante la cámara. Sus historias son parte de un relato más grande: el de la vida artística local, presente y futura.

Santiago Bentancor, estudiante de Dirección Escénica de Ópera, oriundo de Uruguay, pide pista primero. Es histriónico, desenfadado y vive apurado porque cada semana “cruza el charco” para volver a trabajar y, ahora, está a punto de perder el barco. “Estoy dos días en Buenos Aires, dos en Montevideo y dos en Maldonado, y feliz por el nivel altísimo de la escuela, que es una formación única en América. En mi carrera también hay venezolanos, chilenos, argentinos. Es el único lugar donde podés estudiar en América Latina”, cuenta. Este actor, músico y director, amante de la ópera como espacio de aprendizaje, busca “poner en foco conflictos humanos de las óperas y que el público se pueda reconocer para poder seguir viniendo”.

Santiago Bentancor

Santiago Bentancor. “Quiero formarme todo lo que pueda, superarme, tener los mayores conocimientos para trabajar de lo que más me gusta”.

Sofía Di Benedetto es más pausada. Relata todas las movidas de su vida para llegar al ISA y convertirse en soprano. “Estudié diseño gráfico, tuve una productora y se terminó. Para estudiar, viví de ahorros, ayuda de mis padres y dando clases, y recién ahora van saliendo trabajos más interesantes”, relata la joven del conurbano que se mudó a Capital hace unos meses. De muy chica empezó en el Conservatorio de Morón y el ISATC siempre fue su objetivo. “No entré en la primera audición, pero sí en la segunda. Fue perseverancia y clases particulares. Es un placer estar acá y recibir esta educación gratuita. Si no, no podría. Es una carrera muy cara en otras partes”, admite.

Sofía Di Benedetto

Sofía Di Benedetto. “Me encantaría hacer ópera con un resultado musical de gran nivel para el espectador y alguna experiencia en Europa”.

Su compañera Julieta Fernández Alfaro ya cantó victoria. “Fue un sacrificio haber entrado acá y más siendo soprano, que hay millones, pero estoy feliz de terminar la carrera también”. Con el ímpetu de salir a la cancha, Julieta advierte que en su campo de juego “hay mucha competencia, siempre te estás preparando y por ahí te dicen que no. Entonces, no hay que dejar que te venza, hay que seguir adelante”.

Julieta Fernández Alfaro

Julieta Fernández Alfaro. “Quiero cantar en todas las casas grandes de ópera, la Scala, el Met, pero lo más importante es dejar algo al espectador”.

Las chicas, atravesadas por el género, también cuestionan y buscan nuevas miradas. “Aunque vivimos en un mundo machista, el aporte femenino es valioso y valorado en la ópera, pero siempre los famosos son los tres tenores y cuando te piden cantar un aria conocida te piden un tenor, que es un hombre. ¡Somos sopranas!”, dice Sofía, sabiendo que el lenguaje es movedizo.

El día que Manuel Zabalza tuvo un quiebre en su vida, estaba en un iglesia de su Tres Arroyos natal y escuchó una orquesta sinfónica. Era el Réquiem de Mozart. “Me voló la cabeza”, dice el timbalista. No tardó en venir a Buenos Aires, entrar en la Universidad Nacional de las Artes (UNA) para estudiar música y, después de pasar por dos orquestas juveniles, entró al ISATC. “Es un lugar muy interesante para aprender y un paso indispensable para acceder al circuito profesional. Me da mucho placer lo que hago, pero también dejé de lado otros estilos de música como el popular. Hay pocas orquestas profesionales acá y para un percusionista es más difícil que para un violinista. Hay un timbal por orquesta y la competencia es muy grande”, dice.

Manuel Zabalza

Manuel Zabalza. “Sueño con tener un trabajo profesional y poder vivir de esto. Terminar el ISATC e irme a estudiar a Europa, en Alemania u Holanda.

El primer recuerdo musical de Tobías Gerschman fue a los 4 años y es la imagen de un nene tocando el violín en la película Pantriste. “Eran las Csárdás de Vittorio Monti”, recuerda el adolescente de 16 años, que a los 8 empezó a tocar, a los 9 entró en el Conservatorio de La Plata y a los 14 ingresó al ISATC. “Mientras, hago el secundario online”, dice aplomado. “Creo que la gran diferencia entre Europa y América Latina es el poco acceso a un buen maestro. Yo recién accedí cuando entré al ISATC. En Europa, desde los 6 años, cuando un chico toca más o menos bien, lo agarra un maestro y lo pone a estudiar. Yo sin el ISATC no hubiera podido”, confiesa.

Tobías, que de chiquito tocaba en la calle con su padre guitarrero y que sorprende por su precocidad, viaja abrazado a su violín todos los días desde La Plata, ida y vuelta, y sufre porque “son horas en las que podría estar estudiando”. “Es un brazo más, una extensión y la herramienta que tarde o temprano me va a sacar adelante, me va a dar de comer”.

Tobías Gerschman

Tobías Gerschman. “Tengo el sueño de estar en una gran orquesta europea como la Filarmónica de Berlín o de Viena”.

Cuando Nicolás Scianca ingresó a la primaria, la directora le dijo a su madre que “no servía para estudiar” y que lo “lleve a bailar”. Como profecía autocumplida, el pequeño Nico no dejó de bailar y, a los 16, ingresó al Instituto tras dos audiciones fallidas y un curso de verano. Las horas que pasa despierto, las transita bailando. “Entraba a las clases a las 7.30, entrenaba para el ballet de 12 a 15, comía algo en el chino, iba a la escuela dos horas y volvía para los ensayos de la noche. A los meses, no me daba más el cuerpo. No terminé el secundario, me faltan dos años, pero no podía cumplir con todo y no quería abandonar la danza”, dice. Es que, para él, bailar en un escenario es indescriptible, pero también es un universo “de todos contra todos”, aunque reconoce que tampoco la vida del bailarín “es como la película El cisne negro”, bromea.

Nicolás Scianca

Nicolás Scianca. “Quiero entrar en la compañía de ballet del Colón y recorrer el mundo bailando. Me gustaría quedarme acá, soy un bicho raro y amo el Teatro”.

Su amiga, Jade Gorosito Satué, es también una apasionada de la danza y baila desde los 5 años. Audicionó para el ISATC a los 11, casi como un juego de niñas, y entró. “Todo tiene su sacrificio y para llegar a la perfección debe haber un trabajo riguroso, pero si uno adora lo que hace, no va a ser tan tedioso. Hay que tener perseverancia y fuerza de voluntad. Los fines de semana no podés salir porque el cuerpo debe descansar”, dice.

Jade Gorosito Satué

Jade Gorosito Satué. “Mi sueño es ingresar en el Ballet Estable del Teatro Colón o en alguna compañía, pero bailar toda mi vida”.

La presión más fuerte recae sobre el cuerpo. “Me insume mucha cabeza porque la estética del cuerpo se afina cada vez más. Hay que tener un cuerpo aniñado, a mí no me molesta y tuvimos procesos para tener esa mentalidad y lo aceptamos. Es que los bailarines no suelen cuestionar nada”, matiza. Ninguna de sus dudas rompe con el éxtasis que siente sobre un escenario, donde Jade deja “su huella”.

“Nada se compara y me desborda transmitir historias, lo que siento y pienso a través del cuerpo. Hay muchos que bailan pero pocos que muestran el arte y te dejan pensando tras la función”, cierra Jade mientras las sopranos le ponen punto final al encuentro con la interpretación de “Che soave zeffiretto”, un duettino de Las bodas de Fígaro.

Artículo publicado originalmente en la edición 133 de la Revista Teatro Colón.

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