“En el arte, dos más dos nunca es exactamente cuatro”
Consagrado como uno de los pianistas más grandes de la Argentina, Bruno Gelber recuerda sus comienzos, repasa su relación con el Teatro Colón, donde debutó a los 14 años, y lanza definiciones sobre el arte y la música.
Por Margarita Pollini
#Artistas
Bruno Gelber tiene a sus espaldas una de las carreras pianísticas más extensas y fructíferas, con miles de recitales y conciertos en su haber en más de 50 países, y la colaboración con las orquestas más importantes del mundo. Nacido en Buenos Aires, casi se crió en el Colón, debido a que su padre fue integrante de la Orquesta Estable.

Gelber en su casa, 2018. @Marilina Calós.
En la intimidad de su casa, Gelber dialogó con la revista Teatro Colón a propósito del programa con obras de Wolfgang Amadeus Mozart que se disponía a ofrecer el 1 de junio de 2018 junto a la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, en el mismo escenario donde debutara a los 14 años.
¿Hacía cuánto que no tocaba Mozart en Buenos Aires?
No recuerdo exactamente, pero hace cinco o seis años. Será un concierto divino, alegre, no dramático, con ese segundo movimiento que es popular, por lo bonito que es. Me pidieron que interpretara una obra de un compositor que hace tiempo no toco acá, y pensé justamente que podía ser Mozart.
Más allá de este concierto, ¿cómo fue su relación con la música de Mozart a lo largo de su vida como intérprete?
No empecé con Mozart, como muchos chicos: empecé con Beethoven, con Clementi y un montón de otras cosas. Había un director llamado [Volker] Wangenheim, que estuvo decenas de años en Bonn y que cuando yo tenía más de 20 años me dijo: “Usted tiene que tocar Mozart, con el toque que tiene…”.
Yo le respondí que me moría de miedo, que me sentía desnudo, y él me contestó: “Usted va a tocar conmigo Mozart, yo lo voy a proteger, y vamos a ensayar todo lo que necesite”. Y así debuté con el concierto Jeunehomme, el Nº 9.
Con Mozart me olvido completamente de la persona que los biógrafos dicen que era, porque su alma era tan diáfana, tan maravillosa, que si decía malas palabras no me importa. Tuve un consejo de Josef Krips, que me dijo: “Está tocando como un rey, pero muy fuerte. En Mozart nada tiene que ser excesivo, porque es todo tan sublime”. Lo que tiene Mozart de muy difícil es que hay momentos en los que uno lo siente tan triste, tan dramático, que hay que poder expresar eso a un nivel más etéreo que lo normal. Es una maravilla, de todas maneras, poder tocar su música, pero hay pocos intérpretes que realmente se lo merecen.

Gelber junto a la OFBA dirigida por Silberstein en junio de 2018. @Arnaldo Colombaroli.
Recién mencionaba la personalidad de Mozart. ¿Cree que para un intérprete es importante conocer, por ejemplo, las circunstancias en las que fue escrita la obra?
Para nada. Pienso que uno puede estar pasando el peor momento de su vida, y se despierta y siente vivo el bichito del amor de la existencia; y por otro lado puede estar pasando un momento fastuoso en su existencia, y no está bien, y nada le hace cosquillas. Esos que dicen “sí, porque esa sonata [en La menor] la escribió después de la muerte de la madre…”. Pero no creo en lo intelectualmente correcto y exacto. Creo que en el arte dos más dos nunca es exactamente cuatro.
Nikolaus Harnoncourt decía que en la música la auténtica belleza se alcanzaba con el riesgo.
Qué difícil es llegar al centro vital de alguien y abrirlo, y que salga… Hay una diferencia enorme entre poner emoción y sentir emoción.
¿Qué directores con los que trabajó lo marcaron por alguna u otra razón?
Tantos, tantos… Lorin Maazel, con el que toqué cuando yo tenía 15 años y él 26. Colin Davis, Antal Dorati… Yehudi Menuhin, que no era gran director pero era tan músico que uno deseaba besarle los pies. Toqué con todos los grandes.
¿Y en Mozart?
Krips. Yo sentí que lo que me decía era cierto.

Mundo Gelber. @Marilina Calós.
¿Cómo recuerda a su maestro Vicente Scaramuzza?
Lo recuerdo con el agradecimiento de todo lo que me enseñó, lo que padecí con su carácter y la fortaleza que Dios me brindó para hacerle frente. Pero era un apóstol de la enseñanza. Como todos los genios, tenía lo bueno y lo malo. No era carismático. Con él se estudiaba una obra un año, pero –por ejemplo– el tercer concierto de Beethoven, que fue el primero que estudié, si me despiertan en la mitad de la noche lo puedo tocar con público. No se hacía mucho repertorio. Pero lo admiraba por su capacidad, y además tenía sabiduría anatómica, era impresionante, lo había estudiado mucho.
Él había llegado a la enseñanza del piano en tercer orden en su vida: era un gran pianista, pero muy nervioso y sufría mucho en los conciertos; después intentó ser compositor pero no tenía talento para eso. Y después, en la época en la que los italianos venían a la Argentina, empezó a dar clases en la calle Cangallo. Cuando abrazaba a Marguerite Long para irme, sentía amor por ella, por ejemplo, cosa que no me pasaba con Scaramuzza.
¿Cree en la vigencia de las escuelas pianísticas?
Creo en las escuelas pianísticas y en su globalización. Y creo que cada persona tiene su propia facilidad técnica, si la tiene. Martha [Argerich] no toca como toco yo ni yo toco como Martha. Horowitz tocaba con la muñeca baja y lo hacía como un rey; Backhaus, con la muñeca así (hace un gesto levantando la mano)… No hay una regla general, no creo que porque uno esté con un profesor algo tenga que ser de determinada manera. Para formar a alguien sí se tiene que tener una noción bien clara de lo que se le enseña: relajación, el sostén de la mano, todo eso es muy importante. Pero uno enseguida ve la naturaleza de la mano, como el carácter de la persona. Y hay que respetar eso.

Gelber en su casa, 2018. @Marilina Calós.
¿Cómo es en su faceta docente?
Docente no soy, en el sentido de que todavía no me dedico exclusivamente a dar clases. Pero lo hago desde que tengo 8 años; quería ganar plata para comprarme un suéter, y me lo compré, pero me quedaba espantoso; yo creía que me iba a quedar como al modelo de la revista. Me gusta, me fascina el hecho de llegar a tocar el centro vital de la emoción de alguien. He tenido un alumno con el que lagrimeábamos frente a la última sonata de Beethoven. El que tiene talento entiende el idioma, no necesita que se le diga que fue a la primera, después a la cuarta, a la quinta y a la séptima: si sentís la música, la música te habla, y si podés hacerle entender eso a alguien que lo va sintiendo, es maravilloso.
¿Cuáles son las cosas que un docente no puede transmitir?
El talento.
¿Y más allá de las condiciones naturales? La pasión, la musicalidad…
Todo eso. La musicalidad es más fácil, si alguien hace algo es porque algo tiene, pero la pasión, si no sos apasionado, aunque te sientes en un brasero, no vas a sentirla. Es muy importante entender la diferencia entre poner expresión y sentir la expresión. No hay que imponerse, salvo en determinadas cosas, pero en la parte de interpretación es interesante ver lo que siente la persona, y en algún momento dejarla hacer algo, dentro de los parámetros de la obra, que le guste más a la persona aunque no le guste a uno.

Gelber junto a Silberstein, Teatro Colón 2018. @Arnaldo Colombaroli.
¿Cómo ve al mundo de la música hoy, en comparación con épocas anteriores?
No quiero ser de los que dicen que todo tiempo pasado fue mejor. Soy una persona muy clásica, llego hasta cierto punto, no solo en eso. Cuando algo debe ser explicado, ya no creo. No me gustan aquellas cosas que hay que forzar, como cuando te dicen que tenés que conocer bien a determinada persona para quererla: yo creo que el amor se establece desde el primer impacto, y nada más. Lo mismo pasa con la música. Y obviamente hay cosas que abomino: cuando hacen el Himno Nacional con esas modulaciones… es para llorar. Hay una laxitud tan grande que se hace cualquier cosa y se grita a la genialidad. Y no creo tanto en eso.
A nivel de la interpretación, por ejemplo…
Y de la composición.
Si tuviera que definirse como pianista, ¿qué diría?
Que soy un artista, un artista-pianista, y que expreso bastante de la música.

Gelber junto a la OFBA dirigida por Silberstein en junio de 2018. @Arnaldo Colombaroli.
Un teatro que sabe
“Yo tuve la polio el día en que mi padre entró a la Orquesta del Colón, en el año ‘48”, recuerda Gelber, a propósito de su largo vínculo con el Teatro. “Ni bien pude empezar a caminar, largos meses después, papá me llevaba a los ensayos, así que vi todo lo que se hizo en el Colón: ópera, música sinfónica, solistas. Teníamos permiso para asistir a los conciertos desde el foso, que en esa época no se cerraba”.
Las memorias del vínculo de Gelber con el Colón se entrelazan en este punto con las de su temprana amistad con su colega Martha Argerich, también alumna de Vicente Scaramuzza: “La llevábamos a Marthita, papá nos sentaba en el pupitre del director y nuestras cabezas pasaban un poquitito por encima de la baranda, y cuando había una nota falsa le daba un codazo, y había un matrimonio que decía ‘estos chicos, qué poco músicos que son’”.

Gelber con la Filarmónica en el Colón, 1997. @Centro de Documentación Teatro Colón.
“Cuando vas con tus padres al teatro, y sos un chico, sentís que porque está tu padre el teatro es de tu padre. Yo miraba desde el antepalco al palco cómo estaban plegadas las cortinas, miraba todo… recuerdo los camarines, el camarín grande que estaba a la derecha, el que estaba enfrente; recuerdo mucho a [Ricardo] Morales, jefe de escenario, que era adorable pero bravo. Una vez yo tenía que dar un recital y, como se puede imaginar, cuando uno no tiene cámara acústica el sonido es muy distinto. Estaba por poner un pie en el escenario, miro hacia la izquierda y estaba el telón. ‘¿Qué es esto?’ –le dije–. ‘Ah, pibe, lo que pasa es que había un ensayo’, me dijo Morales. Le contesté que en ese caso yo no tocaba, que no había ningún problema. Me respondió que en cinco minutos lo sacaban y ponían la cámara acústica, y a los veinte minutos yo estaba tocando”.
“Tengo el recuerdo del orgullo que siempre sentí [por el Colón]. Cuando yo era chico, y todavía no había viajado, me decían: ‘Tené conciencia de que es uno de los teatros más lindos del mundo’. Así que siempre estuve muy orgulloso, y mucho más cuando conocí otros teatros, porque toqué en 56 países; no te digo que es el único teatro imponente: lógicamente tocar en el Carnegie Hall o en la Scala de Milán te produce cosas, pero el Colón tiene no solo el tamaño sino una especie de presencia, debe estar lleno de espíritus.

Gelber con la Filarmónica en el Colón, 1997. @Centro de Documentación Teatro Colón.
Yo creo que el Colón es un personaje que asimiló toda su historia de una manera muy inteligente, porque exhala mucha clase desde el momento en el que se encienden las luces. Lógicamente, hasta que tuve 25 o 30 años todos los acomodadores me decían ‘pibe’, porque era el hijo del Colón. Me siento parte de él. He tocado decenas y decenas de veces, la primera a los 14 años, el concierto de Grieg, a la mañana, dirigido por Teodoro Fuchs, fue muy gracioso. Yo estudiaba en casa con mamá y también con Scaramuzza. Él enseñaba en un cuarto que no era más grande que este comedor, con un piano vertical, y nunca quería que tocara muy fuerte. Y mamá me lo repetía, ella había sido su alumna durante 16 años. Y [después del concierto] la veo, con el vestido que tenía y un sombrerito, se acerca corriendo y me dice: ‘Mi tesoro… ¡tocaste como un rey pero no se te oye nada!’. Y eso fue un comienzo para desarrollar el sonido, que es una de mis características. Le tengo mucho respeto al Colón, no miedo sino mucho respeto. Es un teatro que sabe”.
Artículo publicado originalmente en 2018 en la edición 132 de la Revista Teatro Colón.
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