La enseñanza del arte

Titular de la Academia Nacional de Educación y exrector de la Universidad de Buenos Aires, Guillermo Jaim Etcheverry asiste al Colón desde su infancia y brega por acercar a los chicos a la cultura.

Por Javiera Gutiérrez

#EnPrimeraPersona

 

Guillermo Jaim Etcheverry es doctor en Medicina, educador y fue rector de la Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006. Además es un lector incansable (tiene tantos volúmenes que necesitó un departamento aparte de su vivienda solo para los libros), un coleccionista de arte (deslumbrantes originales de arte argentino y piezas de todas las épocas son parte de su escenografía cotidiana) y un melómano apasionado que asistió al Teatro Colón por primera vez siendo todavía un niño.

La enseñanza del arte

El amor por la música lo llevó a crear, mientras fue decano de la Facultad de Medicina, una orquesta de música barroca (“ensayaban al lado de mi despacho y era un gran placer trabajar escuchándolos”) y a otorgar un doctorado Honoris Causa a Daniel Barenboim, con quien desde entonces mantiene una relación fluida.

“Mi padre era director de una revista de medicina que se hacía en una imprenta vecina a la casa donde yo vivía, donde también se imprimían los programas del Teatro y se hacía Buenos Aires musical, revista que dirigía Enzo Valenti Ferro [crítico musical argentino que llegó a ser director del Colón]. Ahí empecé a vincularme con la gente del Teatro. Yo tenía unos 12 o 13 años. Ellos me invitaron y, como siempre me sentí atraído por la música, empecé a ir los sábados a la tarde, que había recitales de cámara; a la noche, que había orquesta o ballet, y los domingos a la mañana, que había un ciclo de la Filarmónica. Así que los fines de semana iba tres o cuatro veces, casi vivía en el Teatro. En un momento, los que me invitaban me dijeron ‘debería venir de traje’, así que mis padres me compraron un trajecito, y como mi casa estaba a cuatro cuadras, sobre la calle Lavalle, podía ir solo y pasar desde la tarde hasta la noche viendo orquestas, pianistas, ballet, deteniéndome antes de entrar a la sala en la exhibición de trajes, de instrumentos, las esculturas… era fascinante”.

Habrás recorrido el Teatro como pocos…
Hace un tiempo, cuando estuvo en refacción, lo recorrí todo y toqué la cúpula de Raúl Soldi ahí arriba. Allí encontré que estaba hecho en partes, algo que desde abajo no se distingue, porque uno tiene la impresión de que está directamente pintado sobre el fondo, pero no: sobre el fondo pintado de celeste están pegados los conjuntos de tela con los personajes. En esa ocasión también pude ver el manto del arlequín que está sobre el telón mientras lo estaban restaurando centímetro a centímetro con una planchita, un trabajo impresionante. Subí hasta allá arriba por los andamios con la sala vacía, no estaban ni siquiera las butacas. Fue muy particular verlo así.

La enseñanza del arte

Jaim Etcheverry cerca de la cúpula, en tiempos de la restauración del Teatro Colón.

¿Cuál es para vos el rol principal del Colón en la actualidad?
Acercar a los chicos. Sé que hay un programa activo para las escuelas: llevar a los chicos me parece fundamental. Es esencial que los chicos en su proceso educativo tengan la posibilidad de acceder a ciertas cosas que están disponibles; es una obligación ofrecérselas porque es su herencia, les corresponde. El Colón tiene –y está bien que tenga– un lugar en la alta cultura, pero lo que debemos hacer es democratizar esa alta cultura. La alta cultura no es de una elite, el elitismo es no mostrarla. Todo el mundo tiene que tener acceso.

Decime tres razones para que alguien visite el Colón por primera vez.
Porque es una experiencia única. Porque es necesaria. Y porque es algo que le pertenece, tiene que acceder porque le pertenece. Después decidirá si le resulta atractivo o no, pero hay que mostrárselo. El Estado tiene que hacer el esfuerzo para ofrecer acceso a lo mejor de la cultura.

Extracto del artículo publicado originalmente en la edición 133 de la Revista Teatro Colón.

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