La fábrica de arte

El Colón es uno de los pocos teatros-fábrica del mundo. Una mirada a los talleres del área escenotécnica permite descubrir la magnitud de los trabajos que hacen posible la excelencia en el escenario.

Por Emilia Racciatti

#HistoriasDelTeatroColon

 

En pleno barrio de Chacarita, el Teatro Colón posee parte de sus talleres escenotécnicos, donde más de 100 personas trabajan a diario con desafíos nuevos. El objetivo siempre es poner en escena las obras programadas siguiendo un cronograma que consideran “sagrado” porque es la hoja de ruta acordada para llegar a la fecha de estreno.

Un cielo protector

Foto: Marilina Calós

De martes a domingo, en los amplios galpones de Maure al 3600, desde las 8 de la mañana hay máquinas funcionando, pintura fresca y fragmentos de una escenografía que va tomando forma de la mano de los trabajadores de maquinaria, herrería, escultura, utilería, escenografía y pintura.

Con oficios construidos a través de años y en su gran mayoría en esos mismos talleres, los integrantes de cada equipo saben que su trabajo es en equipo. Ellos también son una gran orquesta que, con armonía y coordinación, logra dar vida a las obras que luego se ponen en escena.

“El trabajo comienza apenas nos entregan los planos, los bocetos de una obra. En ese momento convoco a los jefes de todas las áreas a una reunión y vamos distribuyendo el trabajo, que nos repartimos según los tiempos y las obras. Por ejemplo, con los responsables de la parte constructiva: algo que hace Herrería, quizás también puede hacerlo Maquinaria o al revés”, relata Antonio Galelli, el Coordinador General Escenotécnico del Teatro.

Un cielo protector

Foto: Marilina Calós

Galelli pisó el Teatro Colón por primera vez a los 13 años cuando fue a ver una ópera, y se ilusionó con la posibilidad de trabajar allí. Logró hacerlo en el año 60, a los 19, y todavía recorre esos pasillos, estudiando planos, siguiendo de cerca los procesos de producción que dependen del centenar de personas que desarrollan y construyen su oficio a diario.

Para este italiano de 76 años, “estos oficios tienen mucha magia, ser un buen maquinista en estos talleres lleva 10, 12 años porque el trabajo nunca es igual al del otro día”. Y no duda en afirmar que “una vez que entrás, no hay trabajo de afuera que te guste”.

Mientras camina entre los moldes y las máquinas, Galelli presenta a los trabajadores y enfatiza: “Esto es como los dedos de las manos, todos somos uno, trabajamos juntos. Todos tenemos la mentalidad de trabajar para la fecha establecida”.

Un cielo protector

Foto: Marilina Calós

En sintonía con Galelli, José Di Pietrantonio, responsable de Herrería y con más de 20 años en el Colón, señala que “la fecha límite es el ensayo. La gente saca la entrada y no se le puede decir que faltaron cinco personas o que no llegaron los materiales”. En este sector, un equipo de 20 personas construye escaleras que deben permitir giros y cambios rápidos en el escenario, columnas de 9 metros de altura y 1,20 de diámetro, plataformas y decorados.

Según explica Galelli, “el trabajo en los talleres del Colón es diferente al de cualquier otro teatro” porque, como complementa Di Pietrantonio, “las piezas, los montajes se hacen para cinco o seis funciones. No es como en la calle Corrientes, que ponen una obra y están cinco o seis meses en cartel. Acá las obras se renuevan constantemente, entonces siempre hay trabajo”.

Un cielo protector

Foto: Marilina Calós

Al remarcar la importancia de la construcción del oficio en el interior del Teatro, los dos señalan a Agustín, un joven de 20 años, egresado del secundario con el título de técnico electromecánico, que desde hace dos años trabaja en maquinaria. Mientras lidia con el ensamble de la escenografía de Coppelia –el ballet en el que se concentran las energías en ese rincón de Chacarita–, Agustín relata entusiasmado que sus primeras tareas fueron llevar y traer cosas y observar cómo se ponía en marcha su sector. “La primera vez que entré no entendía nada. Lo primero que aprendí fue a poner un clavo”, expresa.

En otro de los espacios de ese gran galpón de techos altos y ruido permanente, está el equipo de utilería compuesto por diez personas a cargo de Walter Pérez. Para él, que ya suma 14 años en el Teatro, la clave fue haber aprendido “mirando y prestando atención” y asegura que “nunca se hace lo mismo” porque un día trabajan en la creación de una cuchara, otro en una carreta y otro en un mueble de pino, lo que implica “usar el ingenio, porque es un trabajo que implica mucho de manualidades”.

Un cielo protector

Foto: Marilina Calós

Además, puntualiza que requiere ser “muy cuidadoso con las medidas” debido a los traslados de materiales desde Chacarita hasta el Colón. Mientras tanto, en Utilería trabajan en la realización de piezas que se verán en Coppelia. Las bases de telgopor se realizan en el área de Escultura, y se forran con tarlatán, la gasa que recubre el papel con el fin de que la pieza quede lista para el paso siguiente: la pintura.

“Pintar y estampar telas, hacer plantillas y tramas en tela cuando no se consigue el diseño” son parte de las tareas del taller de Pintura. Sabrina Rodríguez explica que son 22 personas las que estampan telas cuando, por ejemplo, la ropa de la obra “tiene que estar sucia, avejentada o manchada de sangre”. Luego, Sastrería la cose y vuelve a retocarse. Los trazos, a su vez, simulan bordados con pinturas de relieve.

La dinámica y logística de las puestas cuenta con un área fundamental que es Producción. Verónica Cámara, la jefa de ese sector, explica que ahí se encargan de trabajar en la construcción de las escenografías, adelantándose entre cuatro o cinco meses a la fecha de los estrenos, revisando los planos. Muchas veces deben coordinar con la Dirección Escenotécnica, en especial en los casos en que hay que realizar alguna modificación del proyecto para adaptarlo al escenario.

Un cielo protector

Foto: Marilina Calós

“Recepcionamos el material entregado por el escenógrafo, que consta de planos, cortes, planos constructivos. Se hacen las reuniones con los jefes y la Dirección Escenotécnica para determinar los materiales que se van a utilizar en las escenografías y cada jefe hace una evaluación de los tiempos que va a necesitar en cada caso. Se trabaja mucho ida y vuelta con los jefes de cada área y ajustamos al máximo los planos constructivos”, detalla Cámara.

Uno de los pasos de la producción consiste en la realización de las plantillas para que Maquinaria, Utilería y Escultura armen las estructuras. Alejandra Coirini, egresada de Bellas Artes y con 28 años en el Teatro, explica que se dibujan en carbonilla y a partir del papel sacan el volumen en 3D. Si bien son 36 personas en total, en el taller de Chacarita son 13, porque otro grupo trabaja con telones directamente en el Teatro, sobre un piso mucho más grande. Como todo tiene que unirse en el escenario, están siempre en comunicación enviándose muestras e imágenes para comprobar si coincide lo que están haciendo en cada lugar.

Este equipo está integrado por egresados de Bellas Artes, estudiantes de escenografía y artistas plásticos. De todas maneras, Coirini asegura que “hay técnicas y secretos que se aprenden en el taller, en el día a día. Hay ciertos oficios que se desarrollan en el taller, porque se van adquiriendo saberes sobre cómo se verá después el trabajo, cuando esté colgado en el escenario”.

Di Pietrantonio refuerza la idea de que la labor del taller se termina en el escenario. Por eso, va a los ensayos junto con su equipo. En esa instancia “siempre hay algo para mejorar”, confiesa. Sin embargo, el verdadero final y lo que más disfruta de su tarea es el instante en que la puesta está terminada y “el público aplaude a rabiar”.

Artículo publicado originalmente en junio de 2018 en la edición 133 de la Revista Teatro Colón.