La trabajosa gestación de una obra maestra

Después de 26 años, Ariadna en Naxos volvió al escenario del Teatro Colón. En esta nota, un repaso a la colaboración plena de vicisitudes entre sus autores, Richard Strauss y Hugo von Hofmannsthal.

Por Carlos Singer

#Ópera

 

Ariadna en Naxos nació en 1912 bastante diferente de como se la aprecia hoy en día. Cuando el 25 de octubre de ese año el propio Richard Strauss dirigió en Stuttgart el estreno, era una ópera en un acto único, pensada como un homenaje al eminente hombre de teatro Max Reinhardt (que había realizado la puesta en escena para el estreno de El caballero de la rosa) y destinada a completar una velada que se iniciaba con una adaptación hecha por Hofmannsthal de El Burgués Gentilhombre de Molière.

La trabajosa gestación de una obra maestra

Ariadna en Naxos, 2019. @Arnaldo Colombaroli.

El espectáculo no funcionó por razones bien atendibles (el público afecto a la lírica no tenía interés en presenciar previamente una obra teatral y viceversa) y el poeta tuvo que luchar denodadamente para convencer al compositor de las posibilidades de esta creación, de la necesidad y conveniencia de un prólogo que sustituyese a la pieza de Molière y dar así al trabajo la total autonomía que ameritaba.

Las reticencias que preocupaban al músico se centraban en el hecho de que el literato se sentía cada vez más atraído por las fantasías poéticas y menos interesado en el argumento y los personajes. Ya no se contentaba con relatar una historia, sentía la necesidad de ser alusivo y visionario, comenzando a manejarse con símbolos; su mensaje filosófico se tornaba más críptico e inapropiado. Argüía Strauss: “Si yo no alcanzo a comprender totalmente el sentido de sus palabras, ¿cómo espera usted que el público y la crítica entiendan ideas tan arcanas?”.

La trabajosa gestación de una obra maestra

Jennifer Holloway, la compositora. @Máximo Parpagnoli.

Se inicia así un intenso intercambio postal entre ambos, donde Hofmannsthal expone con claridad su visión: solo las anécdotas sencillas se comprenden de manera inmediata, mientras que una obra de arte verdaderamente poética requiere su proceso para ser entendida: nunca puede ser clara en primera instancia para el oyente común. Pero el dramaturgo aceptó hacer ciertas concesiones y sugirió una que Strauss aceptó de buen grado: que en el prólogo se le explique a Zerbinetta el sentido de la ópera heroica, la personalidad de Ariadna y se le pida que intervenga en la acción sin perturbarla, exponiendo, a modo de broma, la antítesis entre las dos mujeres. Se crea así una oposición entre lo serio y lo superficial tanto como el entrelazamiento de esos dos mundos, una situación poderosamente atractiva.

La trabajosa gestación de una obra maestra

La soprano rusa Ekaterina Lekhina interpretó a Zerbinetta. @Máximo Parpagnoli.

En una de esas numerosas y reiteradas misivas, Hofmannsthal explicitó su idea de la metamorfosis en ese momento iniciático que es el encuentro entre Ariadna y Baco: “Se trata de uno de los problemas a la vez simples y prodigiosos de la vida: la fidelidad; atenerse a lo que se ha perdido, aferrarse hasta la muerte. O vivir, seguir viviendo, sobreponerse, transformarse, sacrificar la integridad de la propia alma y sin embargo preservar su esencia en esa metamorfosis, seguir siendo un ser humano, no hundirse al nivel del animal sin memoria (…) Ariadna solo podría ser la esposa o la amante de un hombre, y al ser abandonada por él ahora está condenada a su memoria. Para ella es posible una única salida: el milagro, el dios. Ariadna se entrega a los brazos de quien cree que es la muerte y en realidad es la vida. Baco le revela las profundidades insondables de su propia naturaleza, la convierte en una hechicera, capaz de transformar ella misma a la pobrecita Ariadna; él es quien le revela otro mundo más allá en el aquí y ahora, quien la preserva en su identidad y al mismo tiempo la transforma. Pero aquello que es un verdadero milagro para los espíritus divinos es tan solo un romance pasajero para la terrenal Zerbinetta. Ella ve en la experiencia de Ariadna solo aquello que puede ver: el cambio de un antiguo amante por otro. Estos dos mundos espirituales se unen irónicamente de la única manera en que pueden unirse, en la incomprensión”.

La trabajosa gestación de una obra maestra

Ariadna encarnada por Carla Filipcic Holm. @Máximo Parpagnoli.

Convencido de que el prólogo, como escena esclarecedora que precede a la ópera, debía convertirse en el meollo de la dupla, Strauss propuso algunas ideas que el libretista aceptó. Sugirió dar mayor entidad al personaje del joven Compositor (que de hecho pasa a ser eje de la acción), pidiéndole que en él desplegara ironía e ingenio así, como una autocrítica zumbona de la relación del artista con el público y los críticos. “Expláyese sobre todo aquello que siente, jamás volverá a tener una oportunidad semejante. Pero ¿hay en usted suficiente malicia?”.

El músico autorizó a Hofmannsthal para que Zerbinetta tratara de seducir al Compositor “siempre que (este) no se me asemeje demasiado” −en rigor de verdad, la situación es algo más que un flirteo, ya que en cierto momento ella se siente auténticamente atraída por él−; el poeta le respondió articulando escenas de una delicadeza y una gracia centellantes: nunca escribió nada tan brillante y perfecto como este Prólogo.

La trabajosa gestación de una obra maestra

Ariadna 2019, con dirección de escena de Marcelo Lombardero. @Arnaldo Colombaroli.

La importancia musical de Ariadna en Naxos es doble: por un lado, como una etapa en el camino que hace Strauss para convertir el recitativo seco mozartiano en un estilo conversacional de melodismo continuo, que comenzó a desarrollar en Der Rosenkavalier y perfeccionará años más tarde en Intermezzo. Por otro, por la combinación de ópera bufa y seria, la superposición aparentemente extravagante de esos elementos en un pasticcio a la usanza del siglo XVIII.

Las interacciones de esos dos mundos opuestos, lo serio y lo cómico, lo heroico y lo bufo, lo noble y lo vulgar, lo clásico y lo barroco crean una serie de situaciones que, bajo una capa de aparente comicidad, esconde los sinsabores del amor y de la vida. Zerbinetta y sus cuatro pretendientes (el incisivo Arlequín, el tosco Brighella, el escurridizo Scaramuccio y el torpe Truffaldino) no aportan aquí todo el efecto cómico que cabría esperar de ellos y, quitando algunos comentarios ingeniosos que dirigen a la lamentación sin fin de la quejosa Ariadna, lo cierto es que por sus máscaras de júbilo asoma la tristeza. Por más algarabía que levanten, nada alcanza para ocultar el resabio melancólico que ahoga sus almas, intrusos en la isla desierta, extraños al valle de lágrimas de la heroína sin consuelo, una timidez paralizante acaba por adueñarse de ellos. Si cantan bellas canciones, pareciera que es más para tranquilizarse que para mover a risa a los demás…

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Zerbinetta (Ekaterina Lekhina) y su pandilla de rockeros trasnochados. @Máximo Parpagnoli.

Bien alejada de las grandes formaciones orquestales requeridas por sus títulos liricos anteriores –que en Salomé y Elektra supera con holgura el centenar de instrumentistas–, para Ariadne Strauss concibió un conjunto de solo 37 ejecutantes, distribuidos en seis violines, cuatro violas, otros tantos violonchelos, dos contrabajos; pares de flautas, oboes, clarinetes, fagotes y trompas; trompeta, trombón, timbales, tres percusionistas más dos arpas, celesta, armonio y piano. Este último tendrá importante participación no solo aportando su timbre a muchas texturas sino sobre todo por su destacado rol durante la gran escena y aria de Zerbinetta, Grossmächtige Prinzessin.

Prodigioso sinfonista, Strauss extrae del ensamble una inmensa variedad de efectos y colores, desde toques refinados empleando al máximo las cualidades de los instrumentos tratados como un amplio grupo de solistas hasta el despliegue de toda la paleta sonora del conjunto en pleno.

La trabajosa gestación de una obra maestra

El tenor Gustavo López Manzitti fue Bacchus y Tenor en Ariadna 2019. @Máximo Parpagnoli.

La versión definitiva de Ariadne auf Naxos se estrenó en la Hofoper de Viena el 4 de octubre de 1916 con dirección de Franz Schalk. Maria Jeritza encarnó a Ariadna, Selma Kurz a Zerbinetta y Lotte Lehmann al Compositor. El éxito fue inmediato. Hasta 2019, en el Teatro Colón se la representó en cinco oportunidades: en las temporadas 1942 y 1954 se cantó en italiano; a partir de 1964 se ofreció en su idioma original y luego se la volvió a ver en 1982 y 1993; en esta última ocasión bajo la batuta de Gabor Ötvös y con Sumi Jo en el rol de Zerbinetta.

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Ariadna en Naxos, 2019. @Arnaldo Colombaroli.

Consumada metáfora sobre la necesidad de superar la adversidad para vivir, representa un raro equilibrio de confrontaciones que van más allá de lo anecdótico y también más lejos que la simple evocación mitológica de una ilustre fábula.

Artículo publicado originalmente en la edición 138 de la Revista Teatro Colón.

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