Magia en el oficio
Antonio Gallelli lleva una vida trabajando en la realización escenográfica del Teatro Colón.
Por Emilia Racciatti
Fotos: Marilina Calós
#HistoriasDelTeatroColón
Antonio pisó por primera vez el Colón cuando tenía 13 años. No recuerda bien qué obra fue a ver. ¿Aida? Tal vez. De lo que está seguro es que aquel día supo que su mayor deseo era trabajar en ese lugar. Hoy es Coordinador General del staff escenotécnico.

“Siempre me exigí porque quería crecer y saber. El Teatro me dio mucho pero también le di mi vida. Ya llevo 57, 58 años y lo sigo disfrutando. Salgo de mi casa a las 9 de la mañana y llego a las 11, 12 de la noche”, relata entusiasmado en una de las oficinas a la que se llega después de un recorrido laberíntico que comienza por la entrada de Cerrito 628 rumbo al subsuelo.
Seis años le tomó a aquel pibe calabrés que llegó a la Argentina a los 12 empezar a hacer realidad su deseo de conseguir el trabajo que marcaría su vida. A los 19 ingresó al Colón y comenzó a cumplir una tarea concreta: mover las cuerdas y las poleas desde las pasarelas sobre el escenario.

Gallelli en los talleres del Teatro en 1970.
“Cuando entré había 50 maquinistas y éramos cerca de 20 las personas contratadas que nos encargábamos del trabajo específico de las cuerdas. Para levantar un fondo de escenario con 25 metros de largo por 14 o 15 de alto, que pesa unos 120 kilos, se necesitan 8 o 10 personas”, reconstruye este italiano de 77 años flaco, de cara angulosa y gestos suaves. En aquellos tiempos, la clave era estar atentos al grito de “¡prevenido!” en la voz del encargado. Era la contraseña para que todos los tramoyistas movieran sincronizados los telones y fondos en el escenario.
En 1960, cuando comenzó a recorrer los pasillos como trabajador, Antonio encontró también que muchos de sus compañeros hablaban italiano, especialmente calabrés, el dialecto de su familia. Incluso los carteles del tercer subsuelo decían “vietato fumare”. Para él, los argentinos y los italianos tenemos “la misma energía y pasión a la hora de vincularnos con el trabajo”, y su lema es: “Vos dame una mano y yo te doy la otra, porque yo creo que entre los dos podemos hacer algo”.
El trabajo y el tiempo
En aquella época, el Colón cerraba a fines de noviembre y reabría en enero y Antonio era uno de los encargados de la limpieza del telón de boca, de 24 metros de alto y 32 de ancho. Las dos hojas del telón de terciopelo pesaban casi una tonelada y media. Pero los tiempos cambian y el telón del Bicentenario que se utiliza actualmente, diseñado por el artista Guillermo Kuitca y la escenógrafa Julieta Ascar, es más liviano: cada hoja pesa 280 kilos y cuenta con un mecanismo computarizado que ayuda a moverlo.

En todos estos años en el Colón, Antonio se convirtió en jefe de maquinistas y actualmente es el Coordinador de la Dirección General Escenotécnica. Esta responsabilidad lo lleva a repartir su trabajo entre los talleres, ubicados en Maure al 3600, en el barrio de Chacarita, y las instalaciones en el centro porteño.
En La Nube, los galpones del barrio de Chacarita donde funcionan talleres de maquinaria, herrería, escultura, utilería, escenografía, Antonio, que ama la ópera –en especial Tosca y La bohème– camina entre planos en papel, varas de madera, tachos con pintura, bateas con yeso y planchas de telgopor, saludando a los más de 100 trabajadores que realizan tareas a diario. Los conoce a todos y los puede presentar por su nombre y explicar la tarea específica de cada uno.

Sin perder el humor y el entusiasmo, no duda en asegurar que la construcción del oficio se forja en los propios talleres. Se trata de una escuela en la que se formó, pero también en la que vio cómo se formaban quienes hoy comandan, por ejemplo, los equipos de herrería o de escultura.
Con un ruido de fondo que combina tornos, soldadoras y martillos, todos saben que los plazos son “sagrados”. Como responsable del proceso de elaboración de la totalidad de la escenografía que dará vida a cada función, Gallelli se muestra confiado en ese equipo y reconoce que un momento clave es cuando se traslada lo elaborado en los talleres desde Chacarita hasta el Teatro para la etapa de montaje. El cronograma es inflexible. Los ensayos no pueden esperar.
Escenarios
Su actividad en el Colón también fue para su vida profesional “una credencial” que lo llevó a trabajar con el telón y la parrilla de luces en el Luna Park que dirigía Tito Lectoure, en giras nacionales de Julio Bocca y hasta en conciertos de Miguel Mateos y Virus. Sin embargo, los recuerdos vuelven siempre al edificio de Libertad y Tucumán. Orgulloso, relata la sorpresa por la magnitud del escenario del Colón de grandes artistas internacionales que pisaron el Teatro, como los tenores Plácido Domingo o Luciano Pavarotti.

Testigo de los cambios de época, Antonio evoca los usos y costumbres del ritual de los aficionados a la lírica de antaño: “Cuando llegué al Colón, si las mujeres no venían con pollera larga y el señor no venía con moñito, no los dejaban entrar” y casi como una insignia lleva entre sus llaves un botón dorado de los que lucían en sus uniformes los acomodadores de los primeros años del Teatro, hace más de un siglo.
Pese al paso del tiempo, asegura que hay algo que se mantiene intacto: la magia del teatro. “Acá si no te gusta, te tenés que ir. El teatro tiene una magia muy especial que atrapa. La persona que viene, se sienta en la platea y no tiene idea del trabajo que hay detrás. Vos cruzás el escenario y querés volver otro día”.
Artículo publicado originalmente en la edición 134 de la Revista Teatro Colón.
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