Prólogo a una vanguardia artística

En 1917 se produjo la segunda visita al Teatro Colón de los Ballets Rusos, la compañía creada por Serguei Diaghilev que contaba como primera figura al gran Nijinsky. Habían debutado localmente en 1913 y desde entonces fueron un factor esencial en la formación del gusto argentino por la danza y en la creación de nuestro ballet estable.

Por Sergio Alberto Baur*

#Ballet

 

El primer vínculo entre los Ballets Rusos (Ballets Russes) y nuestro país bien puede haber sido una joven argentina de veintitrés años que, cultivándose en París en el año 1913, presenció el estreno el 29 de mayo de La consagración de la primavera del compositor Igor Stravinsky, con coreografía de Vaslav Nijinsky, promovido por el gran empresario teatral y –en términos contemporáneos– gestor cultural Serguei Diaghilev.

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Serguei Diaghilev e Igor Stravinsky.

La tradición nos cuenta que la función causó un gran escándalo entre los espectadores y mucha prensa especializada denostó el espectáculo, que marcaría una de las rupturas más significativas en las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX. En la sala del teatro de Champs-Élysées, además de nuestra compatriota se encontraba Coco Chanel, la diseñadora amada por coreógrafos y artistas, mecenas de las producciones más alternativas de esos años, y por otra parte una de las creadoras más apreciadas por la misma joven argentina.

Años después escribía Victoria Ocampo –de ella se trata–, en su Autobiografía y testimonios, verdadera bitácora de la cultura argentina de gran parte del siglo XX, sobre esa noche de estreno de La consagración…: “Asistí, en primera fila de platea, al tumulto del Sacré du Printemps. Al final de la cuarta representación, creo que fui a todas, vi a Stravinski pálido, saludando a ese público que aplaudía L’Oiseau de feu y silbaba despiadadamente el Sacré. No sabía bien qué me atraía en ese galimatías de notas y en ese ritmo brutal de cataclismo aunque esa música me hablaba de un genio”.

Victoria, según su propio testimonio, compró la magistral partitura de Stravinsky, para estudiarla e interpretarla en su suite del Hotel Meurice.

En esta orilla

De este lado del océano, Buenos Aires, que audaz y rápidamente absorbía las nuevas tendencias del arte, a través de salpicadas notas de prensa había ya comenzado a conocer la aparición de los Ballets Rusos en la escena internacional.

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Póster de Jean Cocteau para la temporada de Ballet Russe de 1911 que muestra
a Nijinsky en "Le Spectre de la Rose", París.

La revista Caras y Caretas, uno de los magazines populares de mayor circulación entre nuestros lectores entre los años 1898 y 1939, incluyó en el número 752 del 1 de marzo de 1913 una foto de la célebre bailarina Tamara Karsávina. La imagen reproduce la escena final de El espectro de la rosa, obra creada por Michael Fokine y que fuera el primer ballet presentado por Diaghilev y sus Ballets Rusos en el Teatro de Monte Carlo el 18 de abril de 1911. La foto corresponde a la gira de la compañía en Londres y de alguna manera la mención comienza a preparar la llegada de los Ballets a Buenos Aires.

La misma publicación, en el número 773 del 26 de julio de 1913, se refiere a la primera actuación de la compañía en un extenso artículo ilustrado, referido a la presentación de los bailarines Nijinsky y Karsávina, que “darán funciones en el Colón”.

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Nijinsky y Karsavina en Le spectre de la rose - 1911.

El diseño modernista de Caras y Caretas contrasta con los primeros esbozos del estilo art decó de las fotografías que muestran a las estrellas de la compañía, semejantes a las esculturas crisoelefantinas del rumano Dimitri Chiparus. El autor se refiere a la “gran curiosidad por conocer el novedoso espectáculo que en París sorprendió por la originalidad y el arte refinado de presentarlo, al punto de haber hecho escuela entre los decoradores de la Europa occidental, las fantasías impregnadas de bizantinismo con que el pintor León Bakst ha encantado la vista de los espectadores. Se elogia grandemente la elegancia y agilidad de que hace gala en las tablas la Karsávina, especialmente en sus creaciones de ‘El espectro de la rosa’ –acompañado con música de Weber–, ‘El pájaro de fuego’ y últimamente con la tragedia de Salomé con música de Florent Schmitt”.

Boda polémica

Pero el paso de los Ballets Rusos por Buenos Aires no sólo significó un hito para la historia de la ciudad, y en particular del Teatro Colón, sino también para el futuro de la compañía de Serguei Diaghilev. Un par de fotos de la revista Caras y Caretas nos muestran en el número 781 del 20 de septiembre de 1913 a una joven y elegante pareja en el Registro Civil de la Sección 12, “momentos antes de firmar el acta de su matrimonio”. La pareja en cuestión es simplemente una de las grandes estrellas del ballet del siglo XX, Vaslav Nijinsky, y la condesa húngara Rómola de Pulszky, su flamante esposa.

El matrimonio civil fue seguido por el servicio religioso en la iglesia de San Miguel Arcángel; según el historiador de la danza Enrique Honorio Destaville, los contrayentes “entraron a la iglesia bajo los acordes de la marcha de Lohengrin”. Los únicos fastos bizantinos que la iglesia guardaba en su estructura, la decoración de mosaicos venecianos, probablemente hayan hecho recordar a los novios su lejana procedencia eslava.

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Nijinski y la condesa Rómola, 1916. @Biblioteca del Congreso Estados Unidos.

El casamiento fue celebrado por la compañía en el Hotel Majestic de Avenida de Mayo y Santiago del Estero, uno de los lujosos hoteles porteños inaugurado en ocasión del centenario de la República; significó la ruptura con el gran empresario y mentor de los Ballets, Serguei Diaghilev, y posiblemente la decadencia de Nijinsky como bailarín.

El público porteño admiró la presencia de Nijinsky y Karsávina, quienes despertaron todas las curiosidades y asombros.

Tamara Karsávina publica “sus sinceras y espontáneas confesiones” en Caras y Caretas a pocos días del estreno de la compañía (número 783 del 4 de octubre de 1913). En las dos páginas que ocupan sus declaraciones, Karsávina habla de sus orígenes en la Ópera Imperial de San Petersburgo, acompañada por Fokine en el ballet El pescador y la perla; su primera salida al exterior, en ocasión de la Primera Exposición Eslava de Praga de 1908, entre otros temas. Amante de los animales, fiel seguidora de las óperas en cada ciudad del mundo que visitaba, Tamara se referirá a sus preferencias, incluso a cuáles son sus colores favoritos: el “bleu Bakst”, cuyo recuerdo queda en los bocetos escenográficos de esas coreografías, y también el “bleu Natier”; ambos azules, según el cronista, inspiraron a modistos de la época.

El regreso

El año 1917 será la segunda ocasión en la que los Ballets Rusos llegarán a Buenos Aires. En esa oportunidad, la compañía de Diaghilev viene acompañada bajo la dirección del maestro Ernest Ansermet, quien establecería con nuestro país una relación afectiva a lo largo de los años, y en especial con Victoria Ocampo.

En 1931, la revista Sur publica un artículo de Enrique Bullrich titulado “Ansermet y el sentido de una obra cultural”, en el que el autor expresa: “… si de aquel primer contacto arranca la simpatía inicial –hoy cariño– que Ansermet manifiesta por Buenos Aires, si a eso debemos sus consecutivas visitas afanosas, ello también nos obliga a inolvidable gratitud hacia Diaghilev, cuya muerte no promovió, a mi juicio, los justos homenajes, el coro de lamentaciones que aún no debieran haberse apagado”.

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Vaslav Nijinsky

En esta oportunidad, Nijinsky estuvo acompañado por Lydia Lopokova, quien se casaría más tarde con el economista de Bloomsbury, John Maynard Keynes. Esta actuación de Nijinsky en el Teatro Colón pondrá fin al contrato con el empresario Serguei Diaghilev. Un artículo de la prensa porteña de esos días señala que Nijinsky “se propone, después de un breve descanso en Suiza, organizar una compañía propia para realizar una gira americana, a través de los Estados Unidos, México, Perú, Chile y Argentina, durante el año venidero”. En ese septiembre de 1917, en coincidencia con la presentación de los Ballets Rusos en el Teatro Colón, por primera vez la compañía de la bailarina Anna Pavlova actuaba en el Teatro Coliseo.

Proyecciones

Los ecos de las actuaciones de los Ballets de Diaghilev quedaron en la memoria del teatro y de su público. En 1927, diez años después de la segunda presentación de los Ballets, José Ojeda, cronista de música y espectáculos de Caras y Caretas, recupera el valor de esas actuaciones, con las que considera se dio inicio a las temporadas sinfónicas y coreográficas en el Teatro Colón. El autor señala la necesidad que se ha generado en el público de añadir a las temporadas “otra serie de espectáculos de diverso género, aunque de igual nivel artístico”.

El creciente prestigio del teatro, en palabras de Ojeda, se comprueba a través de la incorporación de figuras tan destacadas como el escenógrafo Rodolfo Franco y la directora de la coreografía, Bronislava Nijinska, hermana de Vaslav y estrella de los Ballets Rusos desde el año 1909.

La presencia de esos talentos en el staff del Teatro “nos ha dado a conocer obras tan importantes como Bodas aldeanas de Stravinsky; Suite escita de Prokofiev, Impresiones de music hall de Pierné, y han repetido producciones famosas como Petrouchka y Silfides”, finaliza Ojeda en su crónica.

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Los Ballets Russes en Sevilla, 1916. En el centro, Diaghilev.

La fuerte impronta que dejaron los Ballets Rusos desde su aparición, tanto en el ámbito de la danza como en la escenografía, los vestuarios y el repertorio, hasta su influencia en las artes decorativas de las primeras décadas del siglo pasado, volvió a aparecer en el escenario porteño, en medio del auge de la vanguardia martinfierrista, con la puesta en escena de El gallo de oro (Le Coq d’Or), ópera ballet de Rimski-Korsakov. La obra fue representada originalmente en 1914 en Londres y París por Michel Fokine para los Ballets Rusos de Diaghilev.

Es justamente la revista Martín Fierro la que en el número del 5 de julio de 1925 anuncia la presentación de El gallo de oro en el Teatro Colón. Su director, Evar Méndez, escribe una reseña de la obra, en la que destaca que el “éxito escénico se deberá en gran parte a Bolm”. Adolph Bolm, colaborador de Diaghilev y de Anna Pavlova en sus giras de los años 1908 y 1909, fue en 1925 el primer director del Ballet Estable del Teatro Colón.

En Martín Fierro del 5 de agosto de 1925, Alberto Prebisch se refiere a la presentación de esta obra, estrenada el 21 de julio de ese año. La versión lírica-coreográfica de El gallo de oro de Rimski-Korsakov sorprendió con una puesta en escena en la que los cantantes se encontraban sentados en anfiteatro, los coros como en el teatro antiguo, los primeros bailarines en escena, acompañados de un gran cuerpo de baile.

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Revista Martín Fierro. Viñetas de Norah Borges. Buenos Aires, 1925.

Estos artículos referidos a El gallo de oro en Martín Fierro fueron ilustrados por la joven artista Norah Borges, quien recreó los vestuarios originales y la escenografía de Alexandre Benois con sus finos e ingenuos trazos, como lo haría algunos años después, en una colaboración para el ambulante teatro “La Barraca” que dirigía Federico García Lorca.

El paso de los Ballets Rusos por el Teatro Colón y sus posteriores resonancias inscriben esta microhistoria en la relación cultural que desde el inicio del siglo XX la ciudad de Buenos Aires mantuvo con los grandes centros de producción cultural internacional. Las vanguardias se habían adueñado en esos años del destino estético que marcaría las tendencias de las décadas posteriores. Los Ballets Rusos y sus principales figuras asomadas al escenario del Teatro Colón inspirarían como un murmullo el clima de renovación estética que de inmediato se consolidó en la cultura del país.

* El autor es historiador y diplomático.

Artículo publicado originalmente en la edición 130 de la Revista Teatro Colón.

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