Un cielo protector
Con su fina mirada de ilustrador y escenógrafo y su estética casi naíf, el maestro Raúl Soldi dio vida hace más de medio siglo a los 51 personajes de la cúpula de la sala principal del Teatro Colón.
Por Marina Oybin
#HistoriasDelTeatroColon
Prolífico, ecléctico, Raúl Soldi (1905 - 1994) hizo pinturas, cerámicas, ilustraciones, escenografías para cine y teatro hasta los frescos de la Capilla de Santa Ana, en Glew, y la cúpula de nuestro mayor teatro. Una breve biografía suya debiera consignar su temprano vínculo con la música: su padre fue chelista y su hermana, cantante lírica. En su familia hubo luthiers, cantantes e instrumentistas. Su padre lo incentivó para que se dedicara a la música, pero no hubo caso: otro sería el camino del niño Soldi.

Foto: Máximo Parpagnoli
En 1924 se instaló en Milán y realizó estudios artísticos en la Academia de Bellas Artes de Brera, donde recibió una educación clásica con foco en la copia de figuras en yeso y en el estudio del modelo vivo. Participó en la Primera Muestra Nacional Universitaria de Arte de Trieste, donde ganó una medalla de oro. Tras su regreso a Buenos Aires en 1932, exhibió óleos, litografías, dibujos y monocopias en una muestra en Amigos del Arte.
Ya a mediados de la década del ‘60, Soldi ocupaba un lugar destacado en el arte local. Llegó a ser uno de los pintores más requeridos en subastas locales y, al tiempo, uno de los más falsificados. Un aspecto menos conocido es su sostenido trabajo como escenógrafo del Teatro Colón. Realizó la muestra Bailarines (1941), inspirada en las escenas que veía cuando hacía las escenografías. A pesar de trabajar todo el día, siguió pintando, siempre de noche, cuando terminaba su horario laboral.
Hizo escenografías para unos ochenta filmes de cine argentino. Viajó becado a Nueva York y a Hollywood donde, además de trabajar en estudios cinematográficos, realizó una exposición de dibujos y acuarelas. Como diseñador de escenografías y vestuarios para óperas y obras de teatro, sus trabajos se vieron en el Teatro Colón, el San Martín y el Teatro de Cámara de Buenos Aires.

Soldi trabajando en la cúpula, 1965.
Diseñó y armó las vidrieras de la famosa tienda Harrod’s. También hizo decoraciones en la cúpula de la galería Santa Fe, en ese momento el principal centro comercial de la ciudad, que también incluyó murales de Luis Seoane, Juan Batlle Planas, Leopoldo Torres Agüero y Gertrudis Chale. Recibió múltiples premios y expuso en Francia, los Estados Unidos y en la Argentina.
La decoración de los muros de la Capilla Santa Ana en Glew (al sur de la provincia de Buenos Aires) fue una de sus obras más importantes. Ayudado por el cura y el fraile de la capilla, Soldi pintó los doce murales (diez frescos y dos óleos) durante 23 veranos (desde 1953 hasta 1976). Incluyó escenas bíblicas significativas alusivas a Santa Ana, como el nacimiento de María, los esponsales de María y José, y el nacimiento del niño Jesús.
Soldi dio una vuelta de tuerca al situar estas escenas religiosas en el contexto mundano de Glew. Reactualizó la iconografía religiosa incluyendo sitios y personajes del pueblo en esta capilla inaugurada en 1905 que cuenta con una sola nave y 25 metros de largo.
Pintura poética
Las pinturas de Soldi no tienen anclaje en un momento preciso sino que son atemporales. Si bien en la década del ‘30 el artista juega con el claroscuro y sus figuras evidencian aspecto corpóreo, macizo, pronto abandonará ese estilo. Con expresiones angelicales, dulcificadas, de ternura, sus figuras planimétricas parecen flotar. “Toda expresión artística debe tener un contenido poético para permanecer en el tiempo, de lo contrario se pierde. Si la pintura resuelve el problema puramente plástico, no trasciende”, afirmó.
En su atelier, trabajó con modelo vivo como inspiración: no apuntó al realismo ni a la verosimilitud. Soldi no abordó en sus obras temas ríspidos o angustiantes: creó un clima de ensueño e irrealidad. Incluso los desnudos son naíf, prima la ingenuidad. En sus pinturas con tonos pasteles y figuras incorpóreas, se percibe una atmósfera de parsimonia, ligada al espíritu conciliador que impulsaba el artista. “El arte es, sin duda, tormento, pero un tormento, una búsqueda, que el espectador no debe percibir –dijo Soldi–. ¿Por qué hacerlo a él partícipe de los arrepentimientos? ¿Por qué dejar traslucir las dudas? La obra tiene que aparecer diáfana, transparente como un milagro”.
En sus trabajos como ilustrador se descubre un Soldi más fresco y lúdico. Ilustró la edición en gran formato de Juvenilia de Miguel Cané (en 1964), Las lenguas de diamante de Juana de Ibarbourou, El rey Salomón de Rafael Squirru, Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda, entre otros textos. Soldi, claro, tenía sus preferencias: “Pienso que la poesía es el arte por excelencia. Por esta razón prefiero ilustrar poemas y no prosa”.
En el Colón
Al inaugurarse en 1908, la cúpula del Teatro Colón tenía pinturas del artista francés Marcel Jambon, autor también de la decoración de la cúpula original de la Ópera de París. En 1934, las pinturas de la cúpula del Teatro Colón se echaron a perder. Cuando en 1964 en la Ópera de París se presentó la cúpula con pinturas decorativas de Marc Chagall, Manuel Mujica Láinez pensó que era apropiado que el Teatro Colón tuviera en la suya la pincelada de Soldi.

A Soldi, la preparación de los bocetos y su ubicación en una maqueta en escala le tomó un año de trabajo intensivo. En 1966 comenzó a pintar las 16 telas para la cúpula del Colón en el Teatro General San Martín, ya que allí era posible desplegar telas de gran tamaño. Trabajó con lienzos y pinturas importadas de Francia. Utilizó la técnica para decorar los techos venecianos que había aprendido cuando estudiaba en la Academia de Brera. Subidos a un andamio de 30 metros de altura, Soldi y sus ayudantes pegaron los lienzos sobre la superficie previamente enyesada (técnica del marouflage). El trabajo les llevó casi cuatro meses.
En los 320 metros cuadrados de la cúpula, Soldi pintó 51 figuras. La más grande tiene más de tres metros. Hay distintos personajes: cantantes de ópera, bailarines, actores de la Commedia dell’Arte y el duende inspirador de los artistas en escena.

Para Soldi, pintar la cúpula fue un sueño hecho realidad: “Cada vez que iba al Colón miraba con insistencia ese enorme hueco de un incierto color sepia y nunca se me hubiese ocurrido que un día lo llenaría de figuras”, contó.
El 25 de mayo de 1966 quedó inaugurada la decoración de la cúpula. Soldi se propuso casi un imposible: condensar el espíritu del teatro, esa magia que tantas veces había visto en el escenario. “He querido hacer de la cúpula un espejo, una memoria de colores que evoque la magia de este teatro –señaló–. Pensé en fijar en el techo todo lo que acontece y aconteció en el escenario. De este modo surgió la ronda en espiral invadida por cincuenta y un figuras, incluyendo los duendes del teatro, que logré rescatar escondidos en cada rincón de éste”.

Foto: Máximo Parpagnoli
El día de la inauguración de la cúpula, se representó en la sala un ballet del coreógrafo Jorge Tomín en el que el vestuario y los personajes eran los mismos de la cúpula. Se tituló Antiguas danzas y aires, como la obra de Ottorino Respighi que le sirvió de base musical. Soldi realizó los bocetos de los trajes y Roberto Oswald hizo la escenografía. “Por momentos se tenía la ilusión de estar frente a un doble juego o de un ballet reflejado en un espejo porque, en realidad, era la cúpula entera la que bailaba en el escenario –recordó Soldi–. Cuando terminó la representación me entregaron una medalla, no en el escenario –para desilusión del público que esperaba el acto–, sino en el Salón Blanco, que es el antepalco presidencial, porque razones de protocolo –la presencia del Poder Ejecutivo en el Teatro (el presidente Illia)– indicaban que el acto debía ser privado”.
Sin dudas, para Soldi dejar su huella en el Teatro Colón fue su gran desafío. “Creo que el momento más emocionante de mi vida fue cuando se quitó el enorme andamio que ocupaba gran espacio y quedó al descubierto la cúpula. Ésta debía afrontar la vecindad de la sala de nuestro primer coliseo. La opinión favorable de algunos curiosos me confortó. Volví a mi casa más tranquilo. Había realizado mi sueño”.
Extracto del artículo publicado originalmente en la edición 125 de la Revista Teatro Colón.
#HistoriasDelTeatroColón
En 1938, el trigésimo aniversario de la inauguración del edificio del Teatro Colón fue acompañado por la ampliación de los subsuelos que se extendieron bajo la actual Plaza Vaticano.
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Antonio Gallelli lleva una vida trabajando en la realización escenográfica del Teatro Colón.