Teodoro Fuchs, lejos de Chemnitz

La autora de Melodías del destierro: músicos judíos exiliados en la Argentina durante el nazismo (1933-1945) relata la trayectoria del recordado director de orquesta alemán que vivió en nuestro país.

Por Silvia Glocer

#Artistas

 

Su pasaporte aún conserva las estampas de las visas de Turquía, Bulgaria, Francia, Bélgica, Chile y –por supuesto– Argentina. Pero los sellos no informan que muchos de esos viajes Teodoro Fuchs no los hizo por placer.

Había nacido en 1908 en la ciudad alemana de Chemnitz, donde su padre, el historiador Hugo Chanoch Fuchs, era el rabino de la comunidad judía. Leipzig no quedaba lejos y allí se dirigió para estudiar música con Karl Hoyer, quien había sido organista de la iglesia luterana St. Jakobi, en Chemnitz. A partir de 1925 continuó sus estudios en la Escuela Superior de Música de Viena: composición con Joseph Marx y dirección orquestal con Clemens Krauss y Robert Heger.

Teodoro Fuchs

Teodoro Fuchs

A los diecinueve años, Teodoro comenzó a trabajar como répetiteur en el Stadttheater de Danzig, donde llegó a ser, con el tiempo, director de la orquesta. También trabajó en el Schauspielhaus, un teatro muy reconocido en Stuttgart. El dueño de este teatro, Claudius Kraushaar, era judío, motivo por el que, en abril de 1933, con Hitler ya en el poder, el recinto fue clausurado.

La vida de Fuchs –como la de todos los judíos– estaba en riesgo, por lo tanto decidió emigrar.

Llegó a Turquía en 1934, país en el que una cantidad de compatriotas habían hallado refugio. Tal vez haya sido su antiguo profesor Joseph Marx, que vivía en Ankara desde 1932, quien lo animó a decidirse por ese país. Fuchs trabajó como profesor en la Universidad de Estambul. No se sabe por qué eligió la Argentina, adonde llegaría en 1937, para quedarse a vivir en forma definitiva.

¿Habrá sido el régisseur Carl Ebert el que lo aconsejó esta vez? Ebert había llegado a Turquía en 1936 y conocía Buenos Aires, ciudad a la que viajaba anualmente desde 1933, para realizar –junto con el director de orquesta Fritz Busch– las puestas de las óperas de la Temporada Alemana en el Teatro Colón. Me atrevo a imaginar un diálogo entre Fuchs y Ebert en el que éste le describe con sumo detalle sus actividades en el teatro en aquella Buenos Aires de los años treinta.

Lo cierto es que, en un día otoñal de abril de 1937, el buque Alcyone, que había partido desde Rotterdam, ancló en Buenos Aires trayendo a bordo a Nathanael Theodor Fuchs, tal como consta en los registros migratorios. Se dirigió a la ciudad de Córdoba donde, además de tocar el piano en una confitería, se hizo cargo de la Banda Sinfónica de esa provincia y luego de la Orquesta Sinfónica. Durante diez años trabajó allí hasta que motivos políticos lo obligaron a renunciar.

A partir de entonces, su batuta se lució al frente de las grandes orquestas de Buenos Aires y de otras ciudades de Sudamérica.

Dirigió en el Teatro Colón el estreno sudamericano de la Novena sinfonía de Bruckner, en 1954 y, también en la primera audición, la ópera La voz humana de Francis Poulenc, en 1960. Fue director de la Orquesta Sinfónica Nacional, cuyo ciclo de abono se realizaba en nuestro primer coliseo. En mayo de 1964, por primera vez en la historia de nuestro país, un primer mandatario alemán visitó en forma oficial estas tierras. Entre todos los agasajos que le ofrecieron al presidente Heinrich Lübcke, la Embajada alemana le organizó un homenaje en el Teatro Colón. La Orquesta Filarmónica, junto con la Unión Alemana de Cantores de la Ciudad de La Plata, interpretó la Obertura “Leonora III” de Beethoven y los himnos nacionales de ambos países. El maestro elegido para la ocasión fue Teodoro Fuchs, aquel músico nacido en Chemnitz que, forzosamente, había dejado Alemania treinta años antes.

Artículo publicado originalmente en la edición 129 de la Revista Teatro Colón.

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