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Aida
DE GIUSEPPE VERDI
ÓPERA EN CUATRO ACTOS (1871)
LIBRETO DE ANTONIO GHISLANZONI
PRODUCCIÓN DEL TEATRO COLÓN (1996)
A 110 años de la inauguración del actual edificio del Teatro Colón, se repone la ópera con la que se corrió por primera vez su telón: Aida. Título emblemático del gran Giuseppe Verdi, en el que decanta toda su experiencia en materia operística, cuenta la historia de la esclava etíope de la que se enamora Radamés, el capitán de la guardia del Faraón. Desgarrado entre su lealtad a la patria y los dictados de su corazón, deberá además lidiar con el deseo de Amneris, la hija del Faraón, que le profesa un amor no correspondido. La puesta del recordado Roberto Oswald será el marco de este gran espectáculo que deslumbrará por su despliegue visual y el poder de la música.
Programa de mano
Argumento
ACTO I
CUADRO I
ANTESALA EN EL PALACIO DEL FARAÓN EN MENFIS
Los etíopes han amenazado nuevamente a Egipto con la guerra por lo cual Ramfis, el gran sacerdote, ha interrogado a la diosa Isis en su templo de Menfis, para que ella señale quién debe ser el jefe del ejército en la temible lucha. En el palacio real indicará ahora al soberano, el nombre pronunciado por la diosa. Radamés, uno de los jóvenes capitanes egipcios, anhela ansiosamente ser elegido. Está resuelto a ofrecer toda la gloria del triunfo a la esclava Aida, a quien ama apasionadamente, y a solicitar al Faraón su libertad, como general victorioso y en recompensa de sus méritos. El mundo que lo rodea desaparece para él al pensar en Aida. Ni una mirada, ni una palabra dedicada a la princesa Amneris quién está secretamente enamorada del capitán. Ella le pregunta si es solamente el afán de gloria y la am-bición, o son otras esperanzas más dulces las que le incitan a la lucha.
El Faraón, los sacerdotes y ministros se reúnen para el consejo de guerra; un mensajero refiere los horrores de la agresión enemiga. El ejército de los etíopes, comandado por Amonasro, su implacable rey, avanza hacia Tebas, saqueándolo todo. Pero los egipcios se defenderán y podrán vencer a los invasores. El Faraón proclama el nombre indicado por Isis: ¡Radamés! Amneris le entrega la insignia de guerra, dirigiéndole un profético saludo de despedida: ¡Vuelve vencedor! Acompañado por aclamaciones jubilosas e himnos de guerra, se dirige al templo para recibir la espada sagrada. Aida se queda sola. Nadie sospecha allí que Amonasro, rey de los etíopes, es su padre. Ella también ha victoreado a Radamés, y anhela el triunfo de su amado, aunque como hija de aquél debería desear su muerte. Amor y deber de hija se enfrentan. La victoria etíope sería pues la libertad de la esclava y la venganza de su patria; pero sería también la derrota o la muerte de su amado. Aida, en su terrible desesperación, invoca la piedad de los dioses.
CUADRO II
EL TEMPLO DE FTAH
Los sacerdotes entonan sus plegarias al dios Ftah, implorando la victoria del ejército egipcio, y las sacerdotistas ejecutan sus danzas sagradas. Ramsis y Radamés rinden también homenaje a Ftah y al guerrero, lleno de alegría quien, ignorando que va a combatir al padre de Aida, vislumbra ya la brillante victoria de su patria y de su amor.
ACTO II
CUADRO I
EN EL PALACIO DEL FARAÓN EN TEBAS
Cantos y danzas distraen a la princesa Amneris, quien aún espera conquistar a su amado Radamés. Ahora, por fin, antes de la celebración de la victoria, desea tener seguridad con respecto a Aida. Con un ardid arranca a la esclava la confesión de su amor: alarmada por la falsa noticia de la muerte de Radamés en la lucha, que le comunica la princesa, Aida pierde la entereza. Su regocijo al enterarse que Amneris la ha engañado, elimina todas las dudas: la princesa y la esclava son rivales. Por un instante reacciona la sangre real de Aida, pero de inmediato recobra su dominio. Humildemente pide merced a Amneris, pero su rival se ha dispuesto a saborear su poder: durante la llegada de las tropas y la recepción de los héroes, Aida deberá estar a su lado. Humillándola con soberbia y crueldad, Amneris se retira, dejándola desolada.
CUADRO II
PÓRTICO REAL EN LA CIUDAD DE TEBAS
El pueblo se congrega para recibir al triunfante ejército y a su heroico jefe. Desfilan los vencedores, se celebran danzas y, finalmente aclamado por todos, entra Radamés conducido como líder victorioso. El Faraón lo saluda y Amneris, en premio de su hazaña, coloca sobre su cabeza la corona triunfal. Radamés pide que sean traídos los prisioneros. Entre los últimos viene Amonasro. Aida se preci-pita al encuentro de su padre. Pero Amonasro le ordena guardar silencio. Se hace pasar por un oficial del rey de los etíopes que, según él, ha caído en la lucha, y su-plica merced para sus compañeros presos. El pueblo se une a su ruego; pero los sacerdotes, con Ramfis en primer lugar, previenen al faraón contra la clemencia mal empleada, de la cual después se arrepentirían.
Radamés pide la vida y la libertad de los prisioneros etíopes. El Rey cumple con su palabra, pero Aida y el padre deberán quedarse por consejo del Sumo Sacerdote, como garantía de la paz. El Faraón concede a Radamés la mano de su hija: algún día gobernará Egipto como esposo de Amneris. Todos aclaman al héroe, quien parece resignarse a su suerte. Aida ve derrumbarse sus sueños de felicidad. Amonasro trata de alentarla diciéndole que la venganza sangrienta sorprenderá a los odiados enemigos mucho antes de lo que ella piensa. Amneris festeja su triunfo: junto a Radamés, acompañada por el Rey y Ramfis, se abre paso por entre la muchedumbre jubilosa.
ACTO III
CUADRO I
TEMPLO DE ISIS A ORILLAS DEL NILO
Ramfis conduce a Amneris al templo de Isis. Allí deberá pasar la noche anterior a su boda. En el mismo lugar, a orillas del río sagrado, Radamés ha citado a Aida. Llega la joven princesa prisionera, entregándose a sus ensueños y a los nos-tálgicos recuerdos de su patria, que no espera volver a ver jamás. De improviso Amonasro surge de la sombra, interrumpiendo las melancólicas meditaciones de su hija. Con alegría evoca los encantos de aquella patria lejana, a la que pronto podrán regresar los dos. Enterado del amor de Aida por Radamés, Amonasro le insinúa inducirlo a la fuga, a la traición, a entregarle el secreto de las posi-ciones enemigas y de sus planes de batalla. Aida vacila negándose a tal sacri-ficio. Solamente bajo la maldición de Amonasro recuerda su estirpe real y su odio contra el enemigo, quien la ha humillado a ella y a su raza. Ante la voluntad pa-terna que se impone, Aida se doblega y le promete seguir sus órdenes. Amonasro se oculta. Cuando Radamés se acerca queriendo abrazarla, Aida lo rechaza. Pero él no quiere abandonar a la joven. Sus bodas con Amneris se aplazarán hasta después de la campaña contra el enemigo, quien corre al asalto nuevamente; y después de la segunda victoria solicitará al Faraón, como premio, la mano de Aida. Pero ésta le previene contra la venganza de Amneris, aconsejándole la fuga. Radamés al fin acepta. Pronuncia las palabras fatales: en su huida tendrán que evitar los despeñaderos de Nápata, por los cuales el ejército egipcio marchará al encuentro del enemigo. Amonasro, que ha escuchado todo, sale ahora triunfante de su acecho, dándose a conocer a Radamés como rey de los etíopes, y tratando de llevarse consigo al sorprendido y consternado capitán. Pero, entre tanto, Amneris ha abandonado el templo de Isis y escucha asombrada las últimas palabras que le revelan lo sucedido. Amonasro trata de darle muerte. Radamés lo sujeta y facilita la huida de Aida y su padre; él solo, el traidor de su pueblo, se quedará. Los soldados persiguen a los fugitivos. Radamés se entrega prisionero.
ACTO IV
CUADRO I
CORREDOR FRENTE A LA SALA DE JUICIO
Amneris, siempre enamorada del capitán y arrepentida por ser causante de su desgracia, anhela hallar el modo de salvarlo. Le hace comparecer ante su presencia y, declarándole su amor siempre constante, le ofrece interceder por él; pero el capitán permanece frío y, dispuesto a recibir la pena merecida, vuelve a su prisión. Los sacerdotes se dirigen al lugar donde Radamés será juzgado. Desde lo profundo se escucha la triple acusación de los jueces: Radamés, que no ha respondido, es declarado traidor y condenado a muerte, mientras que Amneris, oyendo la sentencia se entrega desesperadamente a su dolor. Al salir los sacerdotes, la princesa se postra a sus pies y suplica en vano el perdón. Amneris los maldice invocando para ellos el anatema divino.
CUADRO II
UNA CRIPTA EN EL TEMPLO
Radamés, condenado a ser sepultado en vida, espera la muerte. La losa se ha cerrado ya sobre su tumba. El héroe se abandona a su suerte, pensando sólo en Aida, a la que supone lejos de allí. Pero su sorpresa es enorme al descubrir a la joven en la oscuridad de la cripta, resuelta a compartir el amargo destino de su amado. Mientras en el templo se elevan himnos sagrados, los amantes, reunidos en postrer abrazo, entonan el último adiós a la vida terrenal. Amneris, sobre el sepulcro del héroe amado, exhala en una plegaria su arrepentimiento y su profundo dolor.
REPARTO
AIDA
Latonia Moore (29, 31, 3, 5)
Mónica Ferracani (27, 2)
Haydee Dabusti (30)
AMNERIS
Nadia Krasteva (29, 31, 3, 5)
Guadalupe Barrientos (27, 2)
María Luján Mirabelli (30)
RADAMÈS
Riccardo Massi (29, 31, 3, 5)
Enrique Folger (27, 2)
Fernando Chalabe (30)
AMONASRO
Mark Rucker (29, 31, 3, 5)
Leonardo López Linares (27, 30, 2)
RAMFIS
Roberto Scandiuzzi (29, 31, 3, 5)
Lucas Debevec Mayer (27, 2)
Emiliano Bulacios (30)
REY DE EGIPTO
Lucas Debevec Mayer (29, 31, 3, 5)
Emiliano Bulacios (27, 2)
Roy Pullen Llermanos (30)
SACERDOTISA
Marisú Pavón (29, 31, 3, 5)
Carolina Gómez (27, 30, 2)
MENSAJERO
Raúl Iriarte (29, 31, 3, 5)
Sergio Spina (27, 30, 2)