Sala principal
Concierto 09 | OFBA
Director
Chungki Min
Tuba
Richard Alonso
2024 Año Internacional de la Tuba
Programa
Parte I
Franz Schubert
(1797-1828)
Sinfonía Nº 3 en re mayor, D. 200
I Adagio maestoso – Allegro con brio
II Allegretto
III Menuetto. Vivace
IV Presto vivace
Ralph Vaughan Williams
(1872-1958)
Concierto para tuba
I Preludio: Allegro moderato
II Romanza: Andante sostenuto
III Finale – Rondo alla tedesca: Allegro
Parte II
Richard Strauss
(1864-1949)
Don Juan, Op. 20
Parte I: 40’
Intervalo: 15’
Parte II: 20’
Duración total aproximada: 75’
El drama, por otros medios
Por Gustavo Fernández Walker
No es habitual que un programa de concierto comience con una sinfonía. Pero tampoco es común que una sinfonía comparta tantas características con una obertura de ópera. Hay antecedentes en obras de Haydn o Mozart (la Sinfonía en Sol mayor, K318, por ejemplo), pero en esta Tercera sinfonía. Franz Schubert propone lo que tantos músicos de dieciocho años, en el género que sea, intentan para ganar confianza y desarrollar una voz propia: escuchan y toman nota de lo que ocurre a su alrededor. Los cuatro breves movimientos de la sinfonía recuerdan la estructura de la Sinfonía N°8 en fa mayor, Op. 93 de Beethoven, estrenada poco antes en Viena: en lugar de un verdadero movimiento lento, un breve allegretto con una participación destacada del clarinete y las maderas en general. El minué mantiene su nombre como en tantas sinfonías del siglo XVIII, pero ya comienza a notarse el cambio hacia formas menos galantes, como el ländler o el vals. Pero son el primer y cuarto movimiento los que hacen que esta sinfonía se destaque dentro de la producción de Schubert. Si la forma es la habitual en las sinfonías de cambio de siglo, la inspiración melódica parece provenir indudablemente de las obras que, por esos años, tomaron por asalto la capital del imperio: las óperas de Rossini. El primer movimiento comienza con una introducción lenta que da a paso a un Allegro chispeante. Si el primer movimiento guarda ecos lejanos de una obertura seria de Rossini, el Presto vivace final bien podría ser el equivalente vienés de una obertura de opera buffa.
El Concierto para tuba en fa menor fue un encargo de la Orquesta Sinfónica de Londres en el marco de las celebraciones de su jubileo en 1954. El solista del estreno fue un integrante de la propia orquesta, Philip Catelinet. La exploración del amplio registro del instrumento, sumado al conocimiento de Vaughan Williams del folklore inglés, se hacen notar en el cantabile del segundo movimiento, una romanza que evoca el ambiente plácido de la campiña inglesa. En cuanto al virtuosismo de los movimientos extremos (el Preludio, con su aire marcial, y el Rondo alla tedesca final), los primeros oyentes creyeron ver en el registro del instrumento solista una representación de la figura de Sir John Falstaff, que había protagonizado la ópera de Vaughan Williams, Sir John in Love (1929). Otros recurrieron a la habitual imagen zoológica del elefante, en particular a la popular ronda infantil “Nelly the Elephant”, compuesta por esa misma época en Londres (la grabación original de 1956 contó con la producción de un joven George Martin).
Antes de destacarse como uno de los principales compositores de ópera de la primera mitad del siglo XVIII, Richard Strauss se mostró como el mayor exponente del poema sinfónico: piezas para orquesta que retrataban personajes y situaciones extramusicales. Don Juan, Op. 20 fue escrito en 1888 y resultó un éxito completo: Strauss fue considerado desde entonces el más hábil orquestador de su tiempo, capaz de pintar musicalmente cualquier situación. En este caso, la inspiración es el poema dramático homónimo de Nikolas Lenau, que Strauss había visto en una adaptación teatral en Frankfurt en 1885.
Podría decirse que cada época tiene el Don Juan que se merece. La ópera de Mozart sería durante casi un siglo la representación más cabal del mito del libertino. Pero la versión de Lenau, y especialmente en la lectura que de él hace Strauss, parece reflejar el espíritu de época de la Viena finisecular. En busca de la mujer ideal, Don Juan se mueve de aventura en aventura, pero la agitación que Strauss manifiesta en ese tema inicial que parece avanzar a los saltos esconde en realidad un profundo desencanto con el mundo y con la vida. En el momento final del drama, Don Juan se enfrenta a Don Pedro, padre de una de sus víctimas. Don Juan supera a su rival con facilidad, pero finalmente arroja su espada y exclama: “Mi enemigo mortal está en mis manos; pero esto también me aburre, como la totalidad de la vida”. El libertino deja caer su espada y un sombrío Mi (la misma tonalidad en la que había comenzado la pieza, como subrayando lo ilusorio del frenesí inicial) concluye la obra.