Concierto 02 | OETC

Abono 02

Puccini 100

Director
José María Moreno Valiente

Trombón
Pablo Fenoglio

Tenor
Gastón Oliveira Weckesser

Barítono
Omar Carrión

Programa

Coro Estable del Teatro Colón
Director
Miguel Martinez

Orquesta Estable del Teatro Colón

Más que ópera, más que cine

Por Juan Pablo Csipka

El 31 de mayo de 1884, quienes asistieron al Teatro dal Verme de Milán presenciaron no solamente el estreno de una ópera, sino el inicio de una de las carreras más fulgurantes de la historia del género. Giacomo Pucccini, de 25 años, había compuesto Le Villi para un concurso de la editorial Sonzogno: pasó sin pena ni gloria pero el material cayó en las manos de su competidor, Ricordi, que la publicó a cambio de expandir la historia ­–que de un acto pasó a tener dos–. Así fue como al Preludio se sumaron los dos intermezzi que separan ambos actos: “L’Abbandono” (La deserción) y “La Tregenda” (El espectro).
Aunque joven, la mano de Puccini ya anticipaba su notable capacidad de orquestación y el vuelo lírico de sus obras mayores. El Preludio, por momentos juguetón, ofrece un contrapunto entre las maderas y las cuerdas, en una muestra de Romanticismo tardío. La novedad que traen los intermezzi es el uso de la voz humana. No deja de ser interesante apreciar a un Puccini orquestal aun dentro de una ópera. Acaso los únicos momentos posteriores que se asimilen en su producción sean el Intermezzo de Manon Lescaut y el de Madama Butterfly. “L’Abbandono” abre y cierra con el coro que relata los hechos de la ópera. “La Tregenda” se inicia con un narrador que anticipa una portentosa marcha. El Puccini veinteañero tenía posibilidades de ser un gran sinfonista.
Cuatro años antes, había incursionado en la música sacra, a la que se dedicaban los compositores de su familia desde hacía varias generaciones. La Messa di Gloria, o Messa a quatro voci, fue compuesta como ejercicio de graduación del Istituto Musicale Pacini de Lucca, la ciudad natal de Puccini. El título es engañoso, ya que una Misa de Gloria solamente abarca el Kyrie y el Gloria, y aquí están también el Credo, el Sanctus, el Benedictus y el Agnus Dei. De enorme belleza, y escrita para tenor, barítono y coro, algunos materiales reaparecieron en obras posteriores. El Kyrie fue readaptado en Edgar, su segunda ópera (la que revisó durante su estadía en Buenos Aires, en 1905) y los ecos del Agnus Dei están en Manon Lescaut. Puccini explotó las posibilidades del coro dentro de lo justo y necesario en sus óperas (su mayor presencia, casi como un personaje más, fue en Turandot), con lo que la Messa a quatro voci es una buena aproximación a un Puccini coral.
Nino Rota tenía doce años cuando murió Puccini. Su música quedó vinculada al cine, a Luchino Visconti y, en especial, a Federico Fellini, además del tema de El Padrino; y en la pantalla grande dialoga con Puccini, entre otros, a la hora de generar ambientes y delinear personajes. Su Concierto para trombón, estrenado en 1969 en Milán, es una de las obras centrales del repertorio de un instrumento que, en la música académica, destaca en el “Tuba Mirum” del Requiem de Mozart y en el solo de Boléro de Ravel, además de tener identidad propia en la música popular gracias a Glenn Miller y Tommy Dorsey. El Concierto ofrece muestras del lirismo del autor, sobre todo en el segundo movimiento, además de exigir virtuosismo del solista (y de la orquesta en muchos pasajes).
La obra de Rota (que tenía buen oído a la hora de escribir para metales; basta pensar en la banda sonora de Ocho y medio) no es ajena a los diálogos musicales del compositor: hay un aire a Prokofiev en el vibrante final, además de remembranzas, en particular en el primer movimiento, del Concierto para guitarra de Malcolm Arnold (en el que hay una presencia del corno que remeda al trombón de esta partitura) y además anticipa la estética del Concierto para fagot, compuesto por el músico milanés en 1977, dos años antes de morir. Si algo deja en claro este programa, es que Puccini fue más que un compositor de óperas y Rota no fue solamente un músico de cine.