
Concierto 04 | OFBA
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires
Días y horarios
mayo
Sala principal
Concierto 04
Director
Tobías Volkmann
Piano
Juan Pérez Floristán
Programa
Sergei Prokofiev
Concierto Nº 1 para piano en re bemol mayor, Op. 10
George Gershwin
Rhapsody in Blue
Claude Debussy
El Mar
Principios
Por Santiago Giordano
Pensando en las primeras décadas del siglo XX musical como la larga y acaso caótica epifanía de algo nuevo, las obras que articulan este programa podrían escucharse como tres ensayos sobre el principio y sus faenas. El Concierto Nº 1 para piano en re bemol mayor, Op. 10 de Sergei Prokovfiev, Rhapsody in Blue de George Gershwin y La Mer, de Claude Debussy, cada una a su manera y en su lugar, son obras que desde su originalidad marcaron puntos de partida.
Prokofiev compuso el primero de sus cinco conciertos para piano y orquesta en 1911. Tenía veinte años y todavía era estudiante en el Conservatorio de San Petersburgo. Tras el estreno en 1912 –Prokofiev mismo fue el solista–, las críticas hablaban de “grosería”, de “estilo futbolístico” y de “un músico que parece haber perdido el sentido de la realidad”. Se apreciaba así la irrupción de un joven que para otros, entre ellos el amigo Nicolai Miaskovski, estaba claramente destinado a infundir “nueva energía en la atmósfera híbrida, si no francamente mohosa, de nuestra vida musical”.
Con un lenguaje pianístico perspicaz, de vértigo anguloso y sarcasmo trágico, Prokofiev articula un Allegro de sonata en movimientos que, con sentido cíclico, se suceden sin interrupción. La introducción se repite después de la exposición y regresa al final. Antes, un breve Andante preludia el desarrollo, a su vez concebido en forma de Scherzo, hasta que la reexposición resume los motivos fundamentales.
Rhapsody in Blue se estrenó el 12 de febrero de 1924 en el Aeolian Hall de Nueva York, con la orquesta del Palais Royal de Manhattan que dirigía Paul Whiteman, mentor de la obra. Ferde Grofé orquestó para banda de jazz lo que Gershwin había escrito para dos pianos. El mismo Gershwin, sin terminar de anotarla, tocó la parte del piano solista. Lo “bajo” y lo “alto”, la canción y la orquesta, se asocian en un experimento que antes de que Leonard Bernstein lo definiera “desordenado” –sin por esto emitir un juicio negativo–, la crítica describió como poco menos que una mona vestida de seda. Aún así, la presencia en la sala de figuras insignes de la música del tiempo, como Igor Stravinsky, Sergei Rachmaninov y Leopold Stokowski, permitió hablar del éxito de la velada. Al mismo Grofé se le debe la versión de Rhapsody in Blue de 1926, para orquesta de teatro, y la de 1942 para orquesta sinfónica.
Sin entrar en la discusión sobre qué dirección asume el jazz en la obra –si es que entra o sale de ella, o sencillamente funciona como folklore imaginario– el valor incontrastable de Rhapsody in Blue es el de haber inaugurado nuevos caminos para la música norteamericana.
En 1902 Debussy necesitaba dejar de ser Debussy. El rótulo “impresionista” que definían su música de contornos difusos y climas de ensueño –que culmina en Pelléas et Mélisande– le resultaba reduccionista y obsoleto. En busca de más precisión y objetividad, el modernista a ultranza inicia otra fase en su periplo creativo. Junto a Estampes (1903), para piano, el “pos Pelléas” se afirma con una gran partitura sinfónica: La Mer, tres bocetos sinfónicos para orquesta –“Del alba al mediodía en el mar”, “Juegos de las olas” y “Diálogo del viento y el mar”, que Debussy completó en 1905.
Las melodías suspendidas del “impresionista”, dejan lugar a un estilo tenso y decidido, que no renuncia a la sutileza expresiva. Detrás de la vaga enunciación “tres bocetos”, La Mer esconde lo que podría escucharse como una sinfonía en tres movimientos. El crítico Roland-Manuel hablaba de un gran fresco sinfónico articulado en “Allegro, Scherzo y Finale”, hilvanado por el retorno en el tercer boceto de ideas temáticas del primero. La inspiración tímbrica y un personal virtuosismo orquestal es el punto en el que Debussy sigue siendo Debussy.
El estreno, en la temporada de Concerts Lamoureux, no terminó de convencer, acaso por las dificultades no resueltas que presentaba la ejecución de una partitura compleja. Siempre atento a hacer de la música un chiste, Erik Satie, después de haber oído en un ensayo el primer boceto, responde a Debussy, interesado en su opinión: “Ah, querido amigo: hay especialmente un pequeño momento , entre las diez y media y las once menos cuarto, ¡que me parece una maravilla!”.